El famoso cuadro de Leonardo da Vinci, 'La Gioconda', también conocido como la Mona Lisa, ha sido el blanco de una protesta climática este domingo en el museo del Louvre de París. Dos mujeres han lanzado sopa sobre la obra del siglo XVI, que está protegida por un cristal, y han saltado la valla de seguridad para posar junto a ella.

La agencia de prensa francesa CLPRESS ha difundido imágenes del incidente, que ha provocado la rápida intervención de los empleados del museo, que han tapado el cuadro con biombos para evitar más fotografías. Las activistas han permanecido más de dos minutos junto a la pintura, mientras una de ellas gritaba: “¿Qué es lo más importante? ¿El arte o el derecho a una alimentación sana y duradera? Nuestro sistema agrícola está enfermo”.

Este no es el primer acto vandálico que sufre 'La Gioconda', considerada la obra más famosa del mundo. En mayo de 2022, alguien le tiró una tarta al cuadro, que no sufrió daños.

La protesta se enmarca dentro de una serie de ataques a obras de arte emblemáticas en diferentes museos del mundo, realizados por grupos de activistas que reclaman una mayor acción de los Gobiernos ante la crisis climática. Entre los cuadros afectados se encuentran 'Las Majas' de Goya en el Museo del Prado de Madrid, 'Los Girasoles' de Van Gogh y 'La Venus del espejo' de Velázquez en la National Gallery de Londres.

No es el primer ni el último ataque a una obra de arte

Este no es el primer ni el único ataque que han sufrido obras de arte en los museos por parte de activistas climáticos. En los últimos años, se ha multiplicado el número de acciones de protesta contra el patrimonio cultural, que buscan llamar la atención sobre la urgencia de frenar el calentamiento global y la destrucción de la naturaleza. Algunos de estos ataques han sido más violentos y dañinos que otros, pero todos han generado una gran polémica y un debate sobre los límites del activismo.

Uno de los casos más sonados fue el de la activista alemana Nora al-Badri, que en 2016 escaneó en secreto el busto de Nefertiti en el Museo Egipcio de Berlín y difundió los datos en internet para que cualquiera pudiera imprimirlo en 3D. Al-Badri afirmó que su acción era una forma de devolver el busto a Egipto, de donde fue extraído por los arqueólogos alemanes en 1912. Sin embargo, el museo denunció que se trataba de una violación de sus derechos de propiedad intelectual y de un acto de vandalismo cultural.

Otro ejemplo fue el de la organización Extinction Rebellion, que en 2019 roció con pintura roja la fachada del Museo de Historia Natural de Londres, simulando una escena de sangre. Los activistas pretendían denunciar la responsabilidad del museo en la crisis ecológica, al aceptar patrocinios de empresas petroleras como Shell o BP. El museo condenó el ataque y aseguró que estaba comprometido con la investigación y la educación sobre el cambio climático.

Los motivos que hay detrás de estos ataques son diversos, pero todos tienen en común una crítica al sistema económico y político que, según los activistas, es el responsable de la crisis ecológica y social que vive el planeta. Entre estos motivos se encuentra el de denunciar el patrocinio de las empresas petroleras y otras industrias contaminantes a los museos y otras instituciones culturales, que consideran una forma de lavar su imagen y de legitimar su actividad destructiva. Los activistas reclaman que los museos se desvinculen de estos patrocinadores y que se financien de forma ética y sostenible.

Asimismo, también buscan cuestionar el valor del arte frente al de la naturaleza y la vida humana, que ven amenazados por el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Los activistas pretenden provocar una reflexión sobre qué es lo que realmente importa y qué es lo que estamos dispuestos a sacrificar para preservarlo. También quieren mostrar que el arte no es ajeno a la realidad social y ambiental, sino que forma parte de ella y puede ser un instrumento de cambio.