Ay, los bares, qué lugares. Ya lo decía Gabinete Caligari en Al calor del amor en un bar, donde, imprimiendo poesía al hecho de compartir mesa, tapas, risas y una (o dos) cervezas, invitaba a los mozos a poner “un trozo de bayoneta y un café, que a la señorita la invita Monsieur”.

El español sociabiliza, por decreto, en los bares. Por eso se convierten en epicentro de cualquier conversación, en lugar donde quedar y recuperar viejas amistades, fortalecer las que siguen presentes y despertarse al calor de una taza de café con leche cuando las calles siguen cerradas y la jornada de trabajo se sobrelleva con la pereza del humano, la motivación del loco y los nervios del novato.

La defensa de los bares ha servido incluso para ganar elecciones. Quién no recuerda la campaña en la Comunidad de Madrid, donde, a Isabel Díaz Ayuso le bastó con dar más horas de apertura a estos lugares para trasladar un mantra de “libertad” capaz de derribar cualquier prohibición.

Pero este debate, este amor por lo que nos une, no es simplemente político. Este miércoles el diario El País ha publicado una carta a la directora realizada por Ana B. Pérez Villa, vecina de Soria. Más que un texto, una carta de amor; más que una opinión, un alegato.

Reproducimos la literalidad del texto publicado:

El bar de pueblo es esa tiendita de barrio que tiene de todo y que te salva de un olvido. El bar de pueblo es Matilde y todas las personas que, como ella, abren la puerta del único salvoconducto rural. El bar de pueblo es más que un álbum de fotos nostálgicas. Es dignidad. El bar de pueblo es, en muchas ocasiones, el molino que remueve el aire de un territorio despoblado y moribundo. Si el bar de pueblo muere… ¡Ay!, no quiero pensarlo.