El verano siguiente a terminar la carrera, un amigo [Carlos Terrazas, compañero de fatigas desde el colegio] y un servidor, para sacarnos unos cuartos para las vacaciones, nos pusimos a trabajar en el puesto de periódicos del padre de este, sito [en la época se decía así] en la estación de Atocha. En una ocasión, una turista extranjera nos preguntó si hablábamos inglés y le estuvimos dando unas cuantas indicaciones. Al terminar, nos preguntó qué habíamos estudiado [supongo que ante la sorpresa de comprobar que dos quiosqueros que manejaran con soltura en un idioma extranjero]. Carlos respondió que era licenciado en Derecho y yo, que en Periodismo. Su cara fue digna de verse. Siempre nos reíamos al imaginar que regresaba a su país y le contaba a todo el mundo que en España para atender un quiosco de prensa había que tener una titulación superior.

Para nosotros, la situación no era demasiado importante, porque éramos jóvenes y se trataba de un trabajo estacional. Pero seguro que tú también conoces a alguna persona con más de 30 años que está mejor preparada de lo que requiere su puesto de trabajo. Puede que incluso sea tu propio caso. Está claro que esa situación no es satisfactoria para nadie en el plano laboral, pero la buena noticia es que en el resto de aspectos de la vida, su efecto parece ser pequeño e incluso nulo.

Las consecuencias negativas de la sobreeducación no tienen un alcance tan amplio como el que quizá se podría esperar

El crecimiento de las ocupaciones de alta cualificación no ha conseguido absorber la oferta de mano de obra con titulaciones altas

Impacto reducido

Así lo demuestra una investigación llevada a cabo por Carmen Voces y Miguel Caínzos, de la Universidad de Santiago de Compostela, y publicada en el Observatorio Social de la Fundación “laCaixa”. “Los resultados obtenidos sugieren que las consecuencias negativas de la sobreeducación no tienen un alcance tan amplio como el que quizá se podría esperar. Son importantes y consistentes en lo que se refiere a la satisfacción con el trabajo, más inciertas en lo que respecta al bienestar subjetivo considerado de manera global, e inexistentes en el ámbito cívico-político”, explican.

Esta situación, afecta a una de cada cinco personas con empleo en nuestro país: “La expansión de la escolarización ha ido acompañada de un crecimiento de las ocupaciones de alta cualificación, pero este no ha sido suficiente para absorber la oferta de mano de obra con titulaciones altas, en particular universitarias”, señalan como causa.

El impacto sobre el bienestar subjetivo o la percepción del propio bienestar parece bastante más modesto

Entorno laboral

“La sobreeducación va acompañada de una reducción de entre dos y tres décimas en la satisfacción con el trabajo que se desempeña, bien considerada globalmente, o bien en lo que respecta a aspectos particulares como la satisfacción con el tipo de actividades desarrolladas y el sentimiento de realización proporcionado por el trabajo”, concluyen.

Sin embargo, en lo que se refiere al impacto de la sobreeducación sobre el bienestar subjetivo o la percepción del propio bienestar, “parece bastante más modesto que el que tiene sobre la satisfacción laboral”, a pesar de que los resultados no son tan robustos como en la dimensión profesional.

La sobreeducación no socava la integración cívico-política

Integración

En el plano de la integración cívico-política, los autores de la investigación han examinado cuatro variables: eficacia política (sentimiento de tener capacidad de actuar e influir políticamente y de que el sistema político es receptivo a los ciudadanos), participación política (realización de varios tipos de acciones políticas), satisfacción con el funcionamiento de la democracia y confianza en las instituciones públicas. Y la conclusión es rotunda: “la sobreeducación no socava la integración cívico-política”.

Eso sí, ambos expertos advierten: “Hay que tener en cuenta que este estudio se refiere exclusivamente a la sobreeducación entendida como desajuste objetivo y referido a la educación formal. Por tanto, las conclusiones extraídas no son extrapolables al sentimiento subjetivo de tener más educación de la necesaria para el trabajo que se realiza ni a la cualificación o competencia en sentido estricto”.

Además, Voces y Caínzos hacen hincapié en que su estudio no tiene en cuenta a los trabajadores más jóvenes [como mi amigo Carlos y yo en aquellos tiempos de Atocha] ni a los que ya están próximos a la jubilación; y en que no se puede descartar que la sobreeducación afecte de modo diferente a las personas que están empezando su trayectoria laboral. De hecho, siguen investigando sobre este tema, para tratar de averiguar si el impacto de la sobreeducación es diferente en distintos grupos de edad.