En estos días buena parte de los abetos y pinos que durante los últimos años han ido creciendo en los viveros de las comarcas de montaña ven llegada la hora de despedirse del paisaje en el que han crecido.

Pese a que muchos centros de jardinería destinan espacios para replantar los árboles y ofrecen recompensas a quienes lo devuelven vivo, lo cierto es que sobrevivir en un ambiente tan recargado como el salón de casa, sometido a la calefacción y sin riego, supone un esfuerzo que la mayoría de ellos no llegan a superar, por lo que en la mayoría de las ocasiones acaban junto a un contenedor de la calle, obstaculizando el paso de los viandantes.

Hay que decir que, desde el punto de vista de la sostenibilidad, el cultivo legal de árboles de navidad en vivero es una práctica perfectamente adecuada, pues mientras son bosque conforman el paisaje, actúan como sumidero de CO2 y fomentan la biodiversidad forestal. Asimismo, si al pasar las fiestas son depositados en los puntos de recogida que se habilitan en las ciudades y pueblos pueden convertirse en abono ecológico, en cobertura vegetal o incluso en biomasa para calefacción. Pero otra cosa es el ejemplo que estamos dando con ese árbol languideciendo en nuestro salón.

En estas fechas tan entrañables, en las que los niños más pequeños observan su alrededor con los ojos abiertos, empapándose de tradición y depositando en su memoria los primeros recuerdos de la infancia, tenemos una oportunidad excelente para efectuar algunos cambios de costumbre y enseñarles desde el principio a disfrutar de la tradición navideña respetando la naturaleza.

La situación de ese árbol convertido en objeto de decoración, deshojándose día a día, atravesado de luces y languideciendo por asfixia, es un mal ejemplo de la manera en la que debemos vincularnos con el entorno. En ese sentido, la opción del árbol artificial, que se guarda de año en año, resulta menos dramática. En la actualidad existen modelos confeccionados con materiales reciclados que ofrecen una opción mucho más respetuosa.

Aunque lo mejor es compartir la tarea de decorar los árboles que nos rodean sin causarles ningún daño. Ése es el verdadero origen de la tradición del árbol de Navidad. Una tradición que nos transmitieron los pueblos del norte; donde los bosques de abetos y abedules son un símbolo natural y donde el árbol es mucho más que un elemento del paisaje: constituye una seña de identidad cultural.

Así, en muchas ciudades del mundo son los árboles vivos de calles y parques los que se adornan por estas fechas, convirtiendo el acto en una manifestación popular que sirve para compartir deseos de felicidad y transmitir a los más jóvenes el respeto a los árboles. Podemos aprovechar estos días para engalanar los que tenemos a nuestro alrededor, en la calle, la plaza o el parque, sin importar la especie o el tamaño. Proponer a los vecinos hacer un fondo común para comprar guirnaldas y adornos y decorarlos con la participación de los niños: o mejor aún, elaborarlos nosotros mismos a partir de materiales reciclados. Una excelente manera de rendir homenaje a la Navidad y a los bosques.