Aunque España no haya sido nunca un país próspero (incluso en las épocas de mayor esplendor, tuvimos problemas de inflación y deuda), las diferencias entre ricos y pobres en nuestro país están alcanzado niveles nunca vistos en democracia. Lo mismo sucede con la brecha económica entre adultos y jóvenes, y entre la España poblada, por llamarla de alguna forma, y la España vacía: ambas brechas se han ensanchado en los últimos años.

Desigualdades entre ciudades y pueblos, entre el mundo urbano y rural, han existido siempre. Desde la antigüedad, la urbe y la polis han ofrecido más oportunidades de progreso económico y social que el campo. Digamos que, en cualquier organización política, desde las míticas ciudades mesopotámicas, la vida extramuros ha sido más ardua y dificultosa. No obstante, a mi parecer, por primera vez estamos en disposición de resolver algunos de estos problemas.

Primero, porque a diferencia de griegos y romanos, nuestras sociedades son más conscientes del sufrimiento ajeno. Somos más empáticos. Esto se debe a la influencia del cristianismo (y del estoicismo), con aquello de que todos somos hijos de Dios y por tanto iguales entre nosotros. De aquellos polvos: la patrística, la escolástica, El socorro de los pobres, Francisco de Vitoria, las declaraciones universales de derechos, el marxismo y las socialdemocracias actuales. Quienes viven en la España despoblada tienen peores infraestructuras, menos servicios y, en general, unas condiciones de vida más difíciles. Y como herederos de una visión igualitaria del mundo, esas diferencias nos perturban. Además, curiosamente se trata de una preocupación social transversal: con independencia de la ideología de cada cual, estamos de acuerdo en que hay que destinar recursos para resolver este problema.

Por poner algunos datos encima de la mesa: el 30% de los españoles que viven en zonas rurales tienen un internet por debajo de 100 mbps, una velocidad que apenas sirve para recibir y contestar correos electrónicos. El 30% de los españoles (algo menos de 1,8 millones) viven en zonas consideradas remotas, núcleos de población a más de una hora de zonas urbanas, con todo lo que ello implica: en muchos casos que están significa demasiado lejos de una farmacia o un centro de salud. Según el banco de España, más de 1,6 millones de españoles no tienen acceso al efectivo. Estos son solo algunos ejemplos de la situación que vive la España rural: sin internet, sin farmacia a menos de una hora y sin posibilidad de retirar del banco su propio dinero.

Segundo, porque las sociedades contemporáneas, al menos las más desarrolladas, tienen los recursos económicos y técnicos para, si no resolver, al menos mitigar este problema, a diferencia de nuestros antepasados. La mayoría de los problemas que sufre la España vacía podrían solucionarse en un plazo relativamente corto de tiempo. Volviendo a nuestros ejemplos de antes, el problema de internet puede solucionarse promoviendo o financiando el internet satelital, que ya cuenta cobertura universal en el 100% del territorio sin necesidad de desplegar infraestructura adicional.

Si los carteros o las empresas de reparto pudieran entregar a domicilio cierto tipo de medicamentos en la España rural, que hubieran sido prescritos previamente por un médico y formaran parte de una pauta recurrente, tampoco haría falta que los vecinos de un municipio remoto tuvieran que hacer viajes tan largos para recoger sus tratamientos. Esto no obsta que se deba invertir también en infraestructura y en transporte para acercar las zonas urbanas, donde tenemos todo tipo de servicios, a los vecinos de la España despoblada. En estos tiempos que tanto se habla de la ciudad de 15 minutos, tendríamos que poner también encima de la mesa el municipio de 30 minutos, según el cual cualquier español, con independencia de donde viva o trabaje, esté siempre como mínimo a media hora de los servicios públicos básicos.

La mayoría de políticas de lucha contra la despoblación buscan reactivar la economía y revitalizar el empleo a través de ayudas e inversión públicas. Sin una infraestructura de carreteras que permita la conexión de las empresas con clientes y proveedores y unos servicios públicos accesibles para los trabajadores de esa empresa, este tipo de medidas no funcionarán. Las ayudas públicas por sí mismas tienen un horizonte temporal muy corto. Si no estableces las bases para que estos proyectos sean rentables cuando se retiren las ayudas, las medidas no habrán servido para nada. No se trata de mantener empresas a toda costa, sino de consolidar en la España despoblada un tejido productivo autosuficiente.

Por último, un acuerdo de colaboración con Correos, que cuenta con una amplia red de oficinas (2.400) repartidas por toda España, podría canalizar el depósito y la retirada de efectivo en la España rural. Esta medida podría sustituir el papel que, hasta hace unos años, desempeñaban las entidades financieras. Lamentablemente, los bancos han estado abdicando progresivamente de esta función: en el último año, los bancos dejaron sin sucursal a 121 municipios. Según el banco de España, el 57% de municipios en España ya no tiene sucursales. La empresa pública Correos podría solucionar este problema.

España presenta unas cifras de despoblación en el ámbito rural y un desequilibrio demográfico alarmantes. En apenas 20 años, la España rural ha perdido un 30% de población. La multilateralidad y el mercado único europeo han provocado que las tasas de paro en la España rural sean superiores al resto de España y que los pueblos se hayan vaciado de gente en edad de trabajar. Por primera vez en la historia, tenemos soluciones técnicas para reducir la brecha entre el campo y la ciudad. En estos tiempos no puede haber una España de dos velocidades en materia de acceso a los servicios públicos.