Poco a poco se va moderando la crisis de precios que estamos viviendo y, aunque los datos todavía pueden dar lugar a múltiples interpretaciones, lo cierto es que la inflación de noviembre remite ligeramente y las perspectivas son que, pese a que se mantendrá todavía alta durante algunos meses -particularmente la subyacente, que tardará más en caer- los niveles de crecimiento de dos cifras quedan ya un poco lejos. España es el país de la eurozona que menos inflación ha tenido en noviembre, y la subyacente, medida en los mismos términos que lo hace eurostat, se sitúa por debajo de la media de la Unión Europea. Las perspectivas de una recesión parecen alejarse en este cuarto trimestre, donde todas las previsiones señalan a un crecimiento incluyo mayor que en el tercer trimestre de 2022, y el empleo, con todos los peros que se quieren poner a la cifra del paro registrado, parece aguantar también la embestida de la guerra. Quizá sea pronto para señalar la luz al final del túnel, pero los principales augurios de una crisis catastrófica parecen haberse diluido.

Sin embargo, no deberíamos darnos por satisfechos con estos datos. La ausencia de un pacto de rentas hace que corramos el riesgo de que el poder adquisitivo perdido en este episodio inflacionario se consolide, devaluando de esta manera la capacidad de los trabajadores para hacer frente a los principales gastos que conlleva su vida diaria, incluyendo la importante subida de tipos de interés, que ha castigado particularmente a las familias más endeudadas. De entre todos los colectivos que han sufrido en sus carnes esta crisis de precios, destaca particularmente el grupo de personas más jóvenes, que son los que tienen los peores salarios, y los que han visto su poder adquisitivo más reducido. En un reciente informe hecho público por Oxfam y por el Consejo de la Juventud de España, se constata la precaria situación de cientos de miles de jóvenes en diferentes ámbitos: la generación Z es la generación que ha experimentado menos crecimiento económico desde su nacimiento, afectando directamente a sus perspectivas económicas a largo plazo. Mientras que un nacido en 1960 vio como la renta per capita del país se multiplicaba por 3 en sus primeros 30 años de vida, un nacido en 2020 ha visto como la renta per capita de España prácticamente permanecía estancada. Los salarios reales de los jóvenes eran, en 2021, menores que los salarios de 2008, mientras que el resto de la población habría ya recuperado su poder adquisitivo. Los jóvenes menores de 35 años gozan hoy de un patrimonio neto que es la mitad del que gozaba en 2008 un joven de su misma edad, fundamentalmente por el desigual acceso a la vivienda en propiedad, algo que se ha convertido en prácticamente un milagro si vives en la veintena. El resultado de este proceso de precarización de la población más joven es que hoy, un joven español se emancipa, en promedio, tres años más tarde que los jóvenes de la Unión Europea, y en términos de pobreza relativa, son hoy el grupo de edad más afectado.

Todas las generaciones lo han tenido difícil para arrancar sus proyectos vitales, pero esta generación lo tiene, según los datos, más difícil que ninguna, si lo medimos en términos relativos. Es entendible por lo tanto su malestar y se deberían tomar medidas inmediatas para equilibrar la balanza, a través de una política más decidida en materia de vivienda pública, seguir luchando para mejorar las condiciones laborales y promover mecanismos de acceso a los sistemas de protección social, como el Ingreso Mínimo Vital, al que pueden acceder sólo bajo determinadas condiciones.

En definitiva, si no abordamos las consecuencias sociales de esta crisis sobre las personas más vulnerables, corremos el riesgo de consolidar una brecha generacional que será difícil restañar en el futuro. No es una buena idea alentar el conflicto intergeneracional, como se pretende hacer en pleno proceso de reforma de las pensiones, pero la mejor manera que evitar que ese mensaje se convierta en una realidad es ofrecer un marco de políticas públicas coherente, ambicioso y directo que evite que toda una generación de españoles y española se sienta desatendido por la política económica. Los bonos culturales están bien, sin duda, pero seguro que podemos encontrar otras medidas más ambiciosas que permitan mitigar el que puede terminar convirtiéndose en el principal problema social de nuestro país, y con él, en el principal problema político.