Los indicadores adelantados de la economía europea y mundial podrían estar señalando que estamos a punto de pasar la página de la desaceleración, y que lo peor del bache económico se ha quedado atrás. La abrumadora victoria de Boris Johnson ha despejado el camino para un brexit con acuerdo, cuyo impacto económico podría ser mucho menor que el temido brexit sin acuerdo. La guerra comercial entre Estados Unidos y China parece haber entrado en una fase de desescalada con la tregua lograda esta semana, y las perspectivas de la economía de la eurozona parecen mejorar para la segunda parte de 2020, tal y como señaló recientemente el Vicepresidente del Banco Central Europeo, el Español Luis de Guindos. Las previsiones para Estados Unidos apuntan en la misma dirección, según diferentes analistas, y en 2021 la economía norteamericana podría acelerarse ligeramente frente a un 2020 que tendrá un perfil de crecimiento muy parecido al del año que ahora termina.

En España, aunque los datos de desempleo se mantienen altos, incluso para la posición estacional de este cuarto trimestre -un trimestre que no es tradicionalmente bueno para la creación de empleo- la economía está comportándose según lo previsto y cerrará el año con un crecimiento anual del 2%, y una previsión para 2020 de alrededor del 1,6%, un crecimiento bajo pero que podría mantenerse en 2021. El reto será, por lo tanto, evaluar si con ese bajo nivel de crecimiento la economía española es capaz de generar empleo suficiente para seguir reduciendo nuestra tasa de paro.

Por su parte los mercados parecen haber recuperado su tendencia alcista desde finales de verano, con subidas en casi todos los índices de referencia, con el IBEX35 ganando un 11% desde su mínimo de 8500 puntos el 14 de agosto. Los mercados han descontado los riesgos políticos y no parecen prever una crisis económica inminente.

Estos datos llaman a la tranquilidad, pero no a la inacción. El crecimiento económico de los próximos años se prevé todavía muy débil y con poco impacto en las condiciones sociales de las grandes mayorías. La arquitectura económica internacional se ha debilitado con la paralización de la OMC y hoy disponemos de menos herramientas compartidas para hacer frente a una nueva situación desfavorable.

A nivel social, las cosas no van mejor: las protestas que se están produciendo en América Latina, en Francia, en Oriente Medio o en Asia son el indicador de un alto grado de malestar por la situación política y económica, y señalan las dificultades que están manteniendo los países para poder poner en marcha las reformas a las que se comprometieron en sus campañas o programas electorales. La tentación de que estas protestas actúen como abono para el crecimiento del nacionalismo económico es muy alta, y si se sucumbe a ellas, viviremos un importante retroceso económico, político y social.

Así, no hay que bajar la guardia por la leve mejora de la posición coyuntural de nuestras economías. Los retos fundamentales asociados a la transición justa a un planeta sostenible, la desigualdad en el reparto de la prosperidad económica, y la baja productividad, van a continuar con nosotros durante los próximos lustros si no somos capaces de ofrecer proyectos para un crecimiento económico robusto, sostenible y socialmente inclusivo. Las dificultades para avanzar en la implementación del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, que hemos identificado claramente en la COP25 que terminó en Madrid esta pasada semana, ya indican que ese camino no va a ser sencillo.

En España, todo parece indicar que iniciaremos el año 2020 con el gobierno en funciones y lejos de tener garantizada una nueva agenda económica y un nuevo presupuesto. Los partidos que están negociando para poner en marcha el nuevo gobierno están trabajando en una agenda social, con una nueva senda para la subida del Salario Mínimo Interprofesional como medida estrella, el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones y otras medidas en esta dirección. Pero para poder desarrollar estos y otros planes, lo prioritario sigue siendo tener un gobierno con un alto nivel de respaldo parlamentario, cosa que en estos momentos no parece garantizada. Seguimos embarrados en el debate identitario, que en España tiene una dimensión territorial, en vez de avanzar en una agenda compartida que permitiría mitigar los riesgos y mejorar nuestro desempeño económico y social. No deberíamos conformarnos sencillamente con “no entrar en recesión”, sino que deberíamos ser más ambiciosos durante el próximo decenio. Aunque no dejan de aparecer nuevos centros de estudio sobre este particular, si no se avanza no es por falta de ideas, sino por la ausencia de voluntad, capacidad y consenso político y social para ponerlas en marcha.

Parece que 2020 nos puede dar un cierto respiro: salvo que aparezca un nuevo “cisne negro” sobre el horizonte, algo que en estos momentos es difícilmente previsible, el riesgo de una recesión global parece haberse conjurado. Deberíamos aprovechar este año de tregua para inaugurar una agenda de reformas económicas, sociales, educativas o industriales que sitúen a España de nuevo en la senda de la prosperidad compartida.