La semana pasada, contra todo pronóstico, la Vicepresidenta del Gobierno de España, Nadia Calviño, perdió la votación para ser nombrada presidenta del Eurogrupo. Según sus propias declaraciones, y atendiendo a cualquier estrategia genérica de presentación de candidaturas en espacios internacionales, tendría que haber tenido los votos garantizados. Y sin embargo perdió. Al Partido Popular le ha faltado tiempo para actuar desgastando al gobierno de Sánchez, aun a sabiendas de que su grupo parlamentario europeo estaba frontalmente posicionado en contra de la candidata española.

¿Cambió alguien de opinión en el último momento, pensando que Calviño no era la persona apropiada? Es poco probable. Es más probable que alguien sacrificara este apoyo en un contexto de negociaciones más amplio, en el que se incorporan tanto las cesiones pasadas como las cesiones futuras. Y no parecen haber sido pocas.

Sobre las pasadas: El Banco Central Europeo está gobernado en la actualidad por una paloma -en el sentido que se le da a esta palabra en política monetaria-, esto es, Christine Lagarde ha continuado en la misma dirección que había marcado Mario Draghi y que supone una ultraflexibilización de la política monetaria. Primer punto. En la Comisión, Alemania -un grande- ha colocado a una presidenta de la Comisión que pese a ser del grupo del Partido Popular Europeo, está liderando la Comisión más progresista desde los años Delors. El Pacto Verde Europeo como estrategia de crecimiento, la adhesión a los principios del desarrollo sostenible, y su firme posición integracionista, seguramente están incrementando el malestar en muchos países gobernados por partidos retrógrados. La Comisión ha liderado la activación de la cláusula de escape y cualquier observador atento descubrirá las amplias diferencias existentes en materia de política económica entre esta Comisión y la Comisión Barroso, donde el ínclito Olli Rehn recetó jarabe de ricino para los países del Sur. Segundo punto. En este contexto, se produce la renovación de la Dirección Ejecutiva del Fondo Monetario Internacional, que tradicionalmente ha recaído sobre una persona de Europa. Pese a las candidaturas de algunos halcones, como el propio Rehn, o el afamado Jeroen Dijsselbloem, que se cobró su pieza como presidente del Eurogrupo sometiendo a Grecia a una humillación que ha tenido que ser corregida poco tiempo después, la elegida es Kristalina Georgieva, una política Búlgara con larga trayectoria internacional y que, de nuevo, caería del lado de las “palomas”. En otras palabras, en los puestos decisivos para la política económica que influye en Europa, tenemos hoy a tres mujeres, tres “palomas”, y tres personas que han mostrado un talante progresista en materia de política económica. Una situación que debe incomodar en los países más conservadores de la Unión Europea. En el grupo de Visegrad, sin duda, pero seguramente también en la mayoría de los países “frugales”, tan entusiastas del rigor presupuestario y monetario.

Pero tan importantes como las cesiones pasadas, son las cesiones futuras: se está negociando el marco Presupuestario de la Unión Europea para 2021-2027, y más detenidamente, un marco de recuperación basado en una ampliación temporal del presupuesto de la Unión Europea que implica, sin ningún género de dudas, una mutualización de los riesgos para los países miembros. En otras palabras, el demonio ha entrado en Bruselas. La posición Franco-Alemana, apoyada por Italia y España, hace que muchos países que habían jurado y perjurado que jamás cederían ante los manirrotos del sur, se encuentren ahora mismo bajo una tremenda presión entre los socios europeos y sus opiniones públicas, cada día más reacias a una mayor integración y que, como bien dice el corresponsal de El País para Bruselas, Bernando de Miguel, han perdido al gran paladín del “freno de mano” permanentemente echado que era el Reino Unido.

Así que imaginemos a ese grupo de países amantes de la austeridad y de los impuestos bajos para las empresas extranjeras, con una opinión pública cada vez más escéptica, que han tenido que aceptar un liderazgo en el BCE, la Comisión y el FMI (La famosa Troika, sí) que no comulga con sus ideas sobre lo que tiene que ser la política económica de la Unión Europea, y que se encuentran en un endiablado proceso de negociación de un fondo que no quieren -no quieren- y que van a tener que aceptar -rebajado, endurecido, diluído, pero fondo a fin de cuentas- para ayudar a una serie de países sobre los que piensan que son poco menos que estados fallidos. En ese contexto, la candidatura de Nadia Calviño era una prueba de fuego más: si Calviño, socialdemócrata, del sur, y “paloma” como Lagarde, Von der Leyen y Georgieva, se hubiera hecho con el puesto del Eurogrupo, su “derrota” habría sido total.

Quien escribe esta columna semanal daba por hecho que así iba a ser, quizá confundiendo sus deseos con la realidad, y, como otros muchos, se llevó soberano chasco el jueves nueve por la tarde.

Quizá algún grande cedió el peón del Eurogrupo a cambio de una posición más flexible en el Fondo de recuperación y desbloquear las perspectivas financieras. Quizá el celebrado giro de la Unión Europea esté basado en un consenso más frágil del que nos imaginamos. Quizá subestimamos la estrategia del Partido Popular Europeo que ha sido, desde el principio, “cualquiera menos Calviño”. Es política ficción, sin duda, pero todas estas hipótesis podrían ser plausibles.

En cualquier caso, la victoria del candidato irlandés, y el enturbiado proceso de su elección, nos muestran en carne viva las debilidades actuales de la Unión Europea. El pacto que ha sido motor de la construcción europea en los últimos 60 años ha sido un pacto entre los ganadores y los perdedores de la Guerra Mundial; entre los Socialdemócratas y los Democristianos -al que se suman liberales y, en menor grado, los verdes-; entre el Norte y el Sur del continente. Es absolutamente imprescindible renovar ese pacto que hoy está roto, y lamentablemente donde antes había unos actores que mayoritariamente coincidían en su visión (economía social de mercado, libertades fundamentales, integración económica y política), hoy nos encontramos con dos familias que atraviesan de norte a sur y de izquierda a derecha las anteriores categorías: los partidarios de una Europa más unida y los partidarios de recuperar soberanía. Si no somos capaces de lograr un nuevo pacto entre estas dos nuevas tensiones políticas, le esperan años muy difíciles a la Unión Europea.