Pensábamos que septiembre iba a amanecer como un trueno demoledor escapado de la tormenta independentista catalana. Pero no resulto tal. La fabulosa revelación de que Jordi Pujol y su familia disponían de un tesoro oculto al fisco ha dado la vuelta a todo. El disparado ( y disparatado) tropel secesionista ha parado en seco, y sus líderes, confundidos, no dejan de dar vueltas desde entonces buscando nuevas salidas.

Quien sale victorioso de este episodio es el gobierno del PP. La caída de Pujol y el pisoteo de su aura de padre del moderno catalanismo ha sido, en realidad, la única victoria auténtica de Rajoy en lo que va de legislatura. Porque el control de la prima de riesgo es cosa de Draghi y el que, a pesar del infierno de recortes – y más -, su gobierno permanezca en pie se debe al derrumbe de la izquierda que, agotada y dividida, sólo repunta por su lado más irritado y antiguo.

Este imprevisto traspiés del movimiento separatista catalán debería servir a las fuerzas políticas y sociales más sensatas para encontrar una salida menos traumática al peligroso movimiento en marcha. Pero no es sencillo. El PP está eufórico. Observemos las declaraciones de Montoro en el Congreso: Pujol, vamos a por ti, o de Cospedal: unámonos todos contra el independentismo. Y Esquerra apunta a que va a aprovechar el hundimiento de Mas y Convergencia para conseguir ser el partido hegemónico de Cataluña.

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