“Ha coincidido que tenemos en este momento una generación de políticos especialmente inmadura o inconsistente”, así comienza Iñaki Gabilondo a comentar lo que ocurrió este miércoles en el pleno del Congreso. Algo que define como “botellón parlamentario”.

Sin duda, el supuesto gesto que tuvo Grabriel Rufián hacia el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, está dando de qué hablar. “Ver a un tipo como Rufián insultando a Borrell, que es un señor político y un político señor es muy muy indignante”, dice. Y continúa: “Pero ver cómo se están tratando algunos asuntos de máxima gravedad. Por ejemplo, para abordar el importantísimo asunto catalán, a voz en cuello, a grito limpio: ¡fascistas!, ¡golpistas!… para eso nos hubieran bastado una barra de bar, unos cuantos perdidos por ahí, un montón de alcohol y unos cuantos borrachuzos haciendo coro, no tendríamos necesidad de haber abierto el parlamento. Con lo que eso cuesta”.

Gabilondo compara “la vida parlamentaria” con “un gran botellón”, haciendo eco de “las muchas cosas buenas que allí se hacen” pero que “quedan ocultas por la bronca, el ruido, la furia y los exabruptos de unos pocos. De unos pocos, pero jaleados por unos muchos”.

No parece muy dispuesto a mostrarse tolerante con estos “personajes”, como dice, que “están campando a sus anchas” pero “que serían despedidos de una empresa norma y a los que se les negaría la entrada en una casa decente”. Por eso su conclusión es firme: “Por culpa de los curas, muchos ciudadanos de este país perdieron la fe en dios, y por culpa de los políticos muchos ciudadanos de este país están perdiendo la fe en la democracia”.