En estos tiempos complicados que vivimos, diseñar una aplicación que permita compartir archivos en Internet puede hacer que acabes con tus huesos delante del juez. La sencillez de la herramienta, al igual que básica es la azada, no exime a los malintencionados de hacer un uso execrable de la misma. De esta manera, autores y discográficas han perdido millones gracias a la facilidad con que las canciones vuelan entre ordenadores a través de las llamadas aplicaciones P2P. El daño ha sido tremendo, y no reconocerlo nos aleja de la realidad que necesitamos para ponerle solución, y desde luego esta no llegará haciendo saltar por los aires la regla que da título a esta columna, acusando al inventor de la herramienta. Mucho se ha escrito sobre ese futuro al que tienen derecho los creadores, y no es otro que poder vivir de su obra, y "compartirla" sólo cuando así lo decida como legítimo dueño. Ese futuro, que yo deseo ver cuanto antes, no llegará pasando por la piedra al inventor de la azada y, como hemos comprobado estos días, los jueces tampoco parecen contemplarlo como una opción. Los que se enriquecen distribuyendo sin permiso lo que está protegido por la propiedad intelectual deben responder por ello ante quien corresponda, y la ley dar una cobertura eficaz para que así sea. Hasta la fecha, ni una cosa ni la otra parecen estar cerca de producirse.
Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin