La evolución de la razón ha manchado a la burocracia de codicia y corrupción. Las superestructuras marxistas de la democracias neoliberales manifiestan a los civiles la decrepitud de los valores en las "élites tóxicas" del poder. Es, precisamente, la politización de las normas y las intromisiones interrólicas en las fronteras de Rousseau las que han convertido al pacto de los demócratas en un manjar de gestores legitimados al servicio de sus bolsillos. La opacidad y complejidad de los abstractos permite al controlador de lo nuestro cabalgar a sus anchas por los desviados durkheinianos. La Crítica intelectual no puede pasar de puntillas por los errores formales, heredados de las burocracias comunistas.

El cambio de perspectiva – en palabras de Gasset - sirve al indignado del ahora para mirar lo que se esconde entre las grietas de sus orillas. Es el lastre institucional de ciertos organismos del Estado el que impide vislumbrar la luz en las balanzas ejecutivas. Con la que está cayendo en las penurias mundanas no nos podemos permitir el mantenimiento "insoportable" del Senado y la Corona. Los adornos democráticos –decía esta mañana, el enfermo catedrático- deben ser descolgados de las ramas constitucionales. Las leyes orgánicas y ordinarias podrían aprobarse, sin necesidad –faltaría más– de pasar por la Cámara segundona. Son la suma de "seis mil cuatrocientos euros mensuales" – de media-, multiplicados por doscientos sesenta y seis encorbatados, la cifra que nos cuesta  mantener el tinglado del Senado.

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