Suelo desayunar leyendo la prensa y mis desayunos son cada vez más largos. Siempre hay una noticia que llama mi atención lo suficiente para incitarme a escribir un artículo, y lo peor –toda una tortura– es que lo hago tecleando con un dedo en la pantalla de mi iPhone. El resultado siempre es el mismo: se me calientan los ánimos y se me enfría el café con leche, excepto cuando la camarera, siempre solícita, me dice: ande, tómeselo calentito que luego ya tendrá tiempo para escribir.

Hace unos días, me topé con un anuncio a pie de página impar, que son las que mejor entran por la vista porque las pares las mantenemos levantadas. Era un reclamo publicitario que anunciaba intervenciones de cataratas a buen precio. Hasta se ofrecía (con el periódico) un bono descuento de 600 euros. “Cataratas, ¿por qué esperar?”, rezaba el eslogan, a falta sólo de agregar lo que el subconsciente de cada cual podía añadir sin esfuerzo: “… para que aguantar una larga lista de espera hasta quedarte ciego ”. Sin duda –pensé– éste es un modo tan bueno como cualquier otro para ganar dinero. Tal vez también yo me anunciara así si hubiera sido oftalmólogo.

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