Nos cogerá el toro, y es un morlaco de aúpa, si seguimos prestándole menos atención a él que al ruido en los tendidos, a los gritos, aplausos, insultos y olés de los aficionados. Pedro Sánchez ha dicho: “Sólo es ruido”. Sí, pero justo por eso, no deberíamos perder tanto tiempo con ello.

No hay que entender la política, exclusivamente como lo que acontece en la superficie, lo que mete ruido, la agitación de los bullangueros. Es lo mismo que en la historia, en cuya investigación sabemos de la importancia de detectar lo que está debajo de lo más manifiesto. Unamuno, lo he escrito a veces, llamaba “intrahistoria” a la dimensión interna de la historia. Y lo ilustraba con la conocida metáfora, del contraste entre la superficie agitada del mar y la quietud de las aguas abisales. A día de hoy, los “grandes acontecimientos históricos”, los asuntos que tratan los periódicos, y no digamos las redes, son los que tienen lugar en la superficie; mientras que los cambios sociales y culturales importantes, que se mueven bajo la superficie, sólo son detectados por contados políticos, sociólogos o filósofos que, como Casandras de hoy, nos advierten sobre ellos, con el mismo resultado que el de la clásica profetisa: ninguno. Hay un “nivel subterráneo” (abisal diría Unamuno) donde se articulan dinámicas sistémicas globales, que unen lo que en la superficie parece desconectado. Son imposibles de percibir, si contemplamos el mundo con los lentes de nuestras pasiones. O las confundimos con las que nos presentan algunos digitales, las redes sociales, los tuiters de Trump, las “fake news”, o los postureos y “performances” de muchos políticos.

Las elecciones europeas están ahí, el próximo mayo. Si ganan las derechas populistas, identitarias y xenófobas, se deshilacha la Unión y el Euro se devalúa gravemente ¿de verdad a alguien le va a preocupar entonces, lo que haya pasado con el máster de Casado, o la tesis de Sánchez? Borrell nos hablaba el otro día de problemas reales e imaginarios. Los primeros, los reales, en su mayoría se pueden resolver, si existe voluntad política (como pasó no hace mucho con la crisis del Euro). Los imaginarios (derivados de emociones y ensoñaciones) no se pueden resolver, sólo disolver. El Gobierno debe enfrentar con rigor y respuestas concretas y efectivas, aquellos problemas que de verdad afectan, o afectarán gravemente, la vida diaria de los ciudadanos. Y dejar de prestar atención a la espuma de las olas, y a la bullanga de ciertos medios digitales y redes sociales.

Sí, sí, ya lo sé, sólo 84 diputados y un montón de otros exclusivamente dedicados al postureo. Y sigo manteniendo mi confianza en el Gobierno y en la Dirección del PSOE. Seguro que todos ellos saben mejor que yo, cuales son los movimientos importantes, los abisales, los que se dinamizan en lo profundo. Yo solo aviso como Casandra improvisada. Porque hay que seguir confiando en la acción transformadora de la política; sin dejarnos atrapar en las falsas dicotomías del Ideal-Posible o Mejor-Bueno. Que no son sino un burdo plagio de la “piedra de Sísifo”. No es que en la carrera de lo posible a lo ideal, la piedra siempre acabe volviendo al comienzo, sino que cuando ascendemos algo hacia el Ideal, siempre hay alguien que lo sitúa más alto. Si no se desafora al Rey, no desaforamos a los políticos. O el todo o nada. Pero de nada nos sirve llorar o quejarnos, pues como nos recordaba Javier Solana, que dijo Hegel en su “Fenomenología del espíritu”: “La queja es una lágrima derramada sobre la necesidad”.

No es necesario haber leído muchas publicaciones serias, para constatar que en Europa (y en el mundo ya puestos) se está produciendo un cambio de mentalidades, germinado en tres fenómenos propios de nuestros días: una aversión estereotipada hacia los inmigrantes, muy especialmente hacia los de confesión musulmana; el poder de atracción de un nuevo tipo de políticos, que rehúyen los problemas reales, y sitúan en la agenda los imaginarios (esencialmente identitarios); y, por fin, la torpe forma de reaccionar de las élites políticas, ante la aparición de estos movimientos de protesta, en general populistas de derecha, pero no exclusivamente. Estas nuevas tendencias políticas, son incompatibles con las Constituciones de países que se consideran hijos de la tradición democrática liberal europea. Y con todos los que no comulgamos con una concepción étnica de la democracia, ni con una visión exclusivamente judeo-cristiana de nuestra tradición.

Pero algo bueno puede que aporten estos movimientos contestatarios: despertarnos de la somnolencia con la que hemos manejado hasta hoy, el funcionamiento de la democracia a nivel europeo que, como poco, diríamos que ha sido excesivamente elitista. Todas estas fuerzas política emergentes, algunas de sus exigencias, nos demuestran que una comprensión puramente formalista – y por ende disminuida – de los procesos democráticos, cada día encontrará una mayor resistencia.

También nos decía Borrell en su conferencia de hace unos días, que todo ese laissez faire, laissez passer, con el cual los ciudadanos han permitido a ciertas élites (nómadas cosmopolitas, las define Pepe y se incluye) gobernar la Unión, cuando las cosas iban bien, se ha acabado. La Unión ya no puede seguir siendo cosa de unos pocos (por más que el Parlamento Europeo, lo compongan 750 miembros), la ciudadanía de todos los países debe ser convocada seriamente, no sólo a la votación en las próximas elecciones, sino esencialmente a los procesos de debate en la campaña. Lo que decía al inicio: si las fuerzas seriamente democráticas, pierden las elecciones ¡que irrelevante nos parecerá entonces el máster de Casado!

Pero para terminar, un toque de optimismo, que es lo mío. Decía no hace tanto Jürgen Habermas: “Tenemos en Europa ciudadanos suficientemente educados, para que ese género de ficciones políticas sentimentales, de las que el populismo de derechas quiere convencernos que existen, no tengan recorrido”.

Pues eso.