El próximo domingo no se va a decidir el futuro de Cataluña porque ninguna de las fuerzas concurrentes ha presentado una solución creíble a corto y medio plazo. Ni el PSOE está en condiciones de aceptar la celebración de un referéndum de autodeterminación ni el PP va a cerrar la Generalitat, contradiciendo gravemente la Constitución. En definitiva, el independentismo se mueve entre la resignación a seguir buceando en el diálogo con el PSOE hasta dar con una formulación más o menos satisfactoria y la ilusión de inaugurar una nueva etapa de resistencia esencialista a la presión renovada por parte de un gobierno PP-Vox. Lo que si está cerca de producirse es el final científico de un axioma del pujolismo, abrazado entusiásticamente por el independentismo, que asegura que el PSOE y el PP son lo mismo respecto de Cataluña y sus instituciones. A estas horas, ya sospechan que esta equiparación no tiene fundamento.

En Cataluña está en juego la confortabilidad política y social de los próximos años, aunque nada pueda sorprender ya al experimentado cuerpo electoral catalán desde el soufflé de 2017 y el bloqueo institucional creado a partir de aquella fecha. La diferencia con aquel episodio es que los sondeos vaticinan ahora una victoria incontestable del PSC en Cataluña lo que le ofrecerá un peso específico y moral que no tenía hace cinco años; mientras que, ERC y Junts, pugnan entre ellos para derrotarse y para evitar que el PP les avance electoralmente.

Según el CIS, los populares superarían a ambos partidos independentistas y, según el CEO de la Generalitat, le pisaría los talones a Junts. La pretensión de los dos partidos soberanistas de representar en exclusiva a la Cataluña entera ante el gobierno de Madrid será algo más grosero de lo habitual, lo que no implica que no lo vayan a intentar.

De poder formar gobierno Alberto Núñez Feijóo con el apoyo de Vox, la Generalitat se convertirá en el mascarón de proa de la resistencia. De hecho, el gobierno de Pere Aragonés viene diseñando las trincheras, especialmente en el flanco de la lengua y la escuela catalana, los ámbitos más sensibles para el conjunto del catalanismo y los más apetecibles para el PP y Vox para dar una imagen de vuelco social en la correlación de fuerzas. Los primeros pasos de los ejecutivos de las derechas centralizadoras en la Comunidad Valenciana y en las Baleares apuntan el retroceso diseñado para la cultura catalana en general. 

Los grandes consensos formalizados en Cataluña a partir de los años ochenta del siglo pasado en escuela, lengua, seguridad y sanidad fueron el resultado de la colaboración de CDC con el PSC y el PSUC. Está por ver pues, si de darse un hipotético gobierno Feijóo, el presidente Aragonés busca reafirmar aquellos consensos, otorgando especialmente al PSC, pero también a los Comunes, el papel central que los sondeos les vaticinan, o simplemente instrumentaliza las amenazas del PP-Vox para fomentar el victimismo habitual. El independentismo pasa por dificultades evidentes para mantener sus resultados electorales de hace unos años y la tensión esencialista suele ser su remedio preferido para movilizar a un movimiento en el que los sectores más decepcionados han flirteado en esta convocatoria con el abstencionismo.

De conseguir Pedro Sánchez un número de diputados suficientes para reeditar el pacto con Sumar-Unidas Podemos, las expectativas de ERC y Junts serán más complejas todavía. En el primer minuto, vivirán la tentación del bloqueo de la política española, exigiendo por enésima ocasión una autodeterminación que está fuera del alcance de los dirigentes socialistas más optimistas. Junts por supuesto lo hará y ERC también, aunque los republicanos ya han hecho pública su lista de exigencias: seguir con la negociación política (que ellos creen que alcanzará el reconocimiento de la autodeterminación), mejorar la financiación de la Generalitat y obtener el traspaso del servicio ferroviario de Cercanías. Junts y la CUP han descualificado la propuesta por considerarla simple entreguismo autonomista de los republicanos.

El PSC se ha limitado a asegurar que, con el nuevo protagonismo que le profetizan las encuestas, el diálogo con el gobierno de Madrid será mucho más fluido y esperanzador en la línea de la desinflamación del conflicto catalán inaugurada por el PSOE en el último mandato. En otras palabras, una nueva etapa de política paliativa hasta que los socialistas catalanes consigan situar a Salvador Illa en el Palau de la Generalitat; entonces, habrá llegado el momento de ensayar un nuevo intento de avanzar institucionalmente todo lo que permita la Constitución, de existir un margen de maniobra relevante.