Las probabilidades de que el tímido acercamiento verbal registrado en el Parlament entre el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el socialista Miquel Iceta, incluso con Lorena Roldan portavoz de Ciudadanos, se concrete en un acuerdo de amplio consenso para la reconstrucción en Cataluña son exiguas. Hay que ser realistas, la irritación del gobierno catalán por la dirección centralizada de la lucha contra la pandemia aumenta con cualquier motivo, sea por el horario de salida de los niños y jóvenes o por la dirección de las fases de desescalada del confinamiento anunciada por el gobierno central. El plan que todos dicen querer acordar naufragará, muy probablemente, por el acento soberanista de su redacción.

El escenario del modesto acercamiento de voluntades fue propiciado por la aprobación de los primeros presupuestos autonómicos en tres años. La abstención de los Comunes facilitó dicha aprobación, por fidelidad a su compromiso de hace unos meses, mientras el resto de la oposición los consideraron simplemente inútiles al haber sido elaborados mucho antes de la explosión de la crisis del coronavirus, con previsiones de crecimiento de la economía y con un moderado incremento fiscal, claramente inoportuno en estas fechas. El propio vicepresidente y titular de Economía, Pere Aragonés, admitió que las cuentas “deberán ser reorientadas”, pese a contemplar un aumento del gasto de un 13%, a todas luces insuficientes en las actuales circunstancias.

Hay una coincidencia básica entre casi todos los grupos del Parlament (la CUP siempre es un misterio) en apostar por un plan de reconstrucción, al margen de los presupuestos. El PSC incluso tomó la iniciativa, en línea de la oferta de Pedro Sánchez de pactos por autonomías, proponiendo 44 medidas para incluir en dicho acuerdo, desde la cooperación leal entre instituciones, a la creación de un fondo catalán con todas a las ayudas públicas que vayan a llegar de Bruselas y Madrid o las que pueda generar la propia Generalitat, pasando por planes de choque en turismo, hotelería o comercio, los sectores más afectados por las limitaciones de movilidad. Ciudadanos rebajó ostensiblemente su crispación habitual en la cámara catalana, para sugerir la creación de un foro autonómico para emprender la reconstrucción, exigiendo a la mayoría independentista que renunciara a la confrontación con el Estado. Los Comunes están también en esta onda.

El presidente de la Generalitat dijo estar por el acuerdo amplio para salir de la crisis, pero ya avanzó sus matices. Torra cree que es mejor no hablar de “reconstrucción” sino de “construcción”, porque así, a su juicio, se entierra una situación de las cosas y del país que no le interesan. “Hay que plantearse opciones disruptivas”, afirmó y para no defraudar las expectativas de los suyos y aguar de paso las de la oposición, añadió: “necesitaremos herramientas de estado”. El conflicto de siempre está servido aun antes de que los interesados vayan a sentarse a hablar.

Torra quisiera incluir en la convocatoria a empresarios, universitarios, gentes de la cultura, a representantes “del talento catalán”. De la misma manera que tuvo la delicadeza de no utilizar la tradicional expresión “estructuras de estado”, seguramente para no desanimar definitivamente a la oposición,  tampoco citó como invitados a su versión del pacto a las habituales entidades soberanistas (ANC y Òmnium) que forman parte de su reducido círculo de confianza política. No extrañará a nadie que éstas reclamen su silla al lado del presidente de la Generalitat.

La aprobación del presupuesto fue defendida desde el primer momento (allá por enero) por ERC y los Comunes. Los republicanos para incorporar a su cuaderno electoral una buena nota de gestión y  acabar cuanto antes con la pesadilla de su coalición con JxCat al fijar Torra el anuncio de elecciones para después de la aprobación de las cuentas. Para los Comunes, su cooperación con ERC se correspondía a la colaboración de los republicanos en el presupuesto del Ayuntamiento de Barcelona y a un intento de mantener viva la hipótesis de un gobierno progresista en la Generalitat.

El virus ha trastocado las previsiones. Torra se desdijo hace unos días de su compromiso de anunciar la convocatoria electoral, dadas las inciertas circunstancias actuales; y los Comunes se han convertido en el partido más vapuleado por el independentismo por su participación en el gobierno Sánchez, a quien se atribuye todos los males imaginables y las peores intenciones para perjudicar a Cataluña con cualquier motivo y artimaña. Y a pesar de todo, se han aprobado los presupuestos, alegando que es mejor tenerlos que seguir con los envejecidos de 2017, aunque nadie fuera capaz en el pleno de negar que habían quedado obsoletos por fuerza mayor.