No es fácil dialogar con los clásicos sin desalojar, subrepticia y aun involuntariamente, al propio clásico del pedestal para ocupar uno mismo el sitio de su admirado autor.

El libro Palabras en el tiempo. Abecedario filosófico de Emilio Lledó, de Cipriano Játiva, no es propiamente una monografía aunque así la haya calificado admirativamente el propio pensador objeto del mismo, sino más bien un diálogo: un diálogo, eso sí, disfrazado de monografía.

Es, digámoslo así, un diálogo invisible donde, con la ayuda de otros pensadores no siempre afines a Lledó, Játiva recrea a su autor sin forzarlo a decir lo que no dice, pero haciéndole decir cosas que el filósofo decía sin saberlo.

Maestros, discípulos, amigos

Alumno aplicado y profesor de Filosofía él también, Játiva hace con su maestro Lledó lo que este ha hecho tantas veces y durante tantos años con sus amados maestros griegos y alemanes.

Los diálogos invisibles son de algún modo inmunes a las injurias del tiempo: son esos que se mantienen secretamente con algunos amigos a lo largo de los años incluso sin haber conversado en persona con ellos durante mucho tiempo. Cuando esos amigos se encuentran cara a cara, la conversación fluye sin dificultad porque en cierta manera nunca se interrumpió.

Tras dirigirle hace ya varios lustros una tesis sobre María Zambrano, autora por la que ninguno de los dos muere pero por la que ambos sienten sincero respeto, Emilio Lledó (Sevilla, 1927) y Cipriano Játiva (Albacete, 1959) se hicieron amigos.

En la presentación del libro que el grupo Planeta organizó con esmero en el Hotel de las Letras, en Madrid, los dos admitieron sin rastro de postureo que eran amigos pero llevaban quince años sin verse en persona. No obstante, a través de cartas, conversaciones telefónicas, confidencias ocasionales y lecturas compartidas mantuvieron durante años ese diálogo callado y misterioso sin el cual no habría sido posible este libro: sí muchos otros libros, pero no este.

Toreros y filósofos

Fue en una comida en el Círculo de Bellas Artes, posterior a esa presentación, donde Lledó se permitió algunas confesiones, pocas: sobre cierta alucinación denominada identidad colectiva, acerca de la cual versará su próximo libro; sobre cierta tertulia literaria en el Madrid de los 50 en la que participaban Luis Martín Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Benet y el propio Emilio.

O, ya en Alemania algún tiempo después, sobre cierta situación vivida durante otra comida, tal vez en casa de Hans-Georg Gadamer, en la que el joven Lledó se sentó junto al eximio filósofo y extravagante ciudadano Martin Heidegger, quien le preguntó cortésmente al muchacho que de dónde venía y al contestarle su comensal que de Madrid, el autor de Ser y tiempo puso –contaba divertido Emilio– la cara que habría puesto un madrileño al que acabaran de presentarle a un torero de Hamburgo.

Ensayo, abecedario, poema

Coeditado con el Centro de Estudios Andaluces bajo el sello de la Fundación José Manuel Lara en una cuidada edición a cargo de Ignacio Garmendia en tapa dura –desde cuya portada nos mira fijamente Lledó en una fotografía de Ricardo Martín que parece tener la textura de un óleo– Palabras en el tiempo se despliega en una sencilla y acogedora estructura, como esas cabañas construidas en el corazón del bosque cuya armoniosa apariencia invita a meterse dentro sin llamar a la puerta siquiera.

Comienza el volumen con un ensayo –diálogo invisible– de unas 80 páginas; prosigue con un abecedario deliberadamente no sistemático de unas 200 sobre el vocabulario filosófico de Lledó, donde cada término va precedido de una breve glosa; y acaba con una semblanza personal de apenas 10 páginas, coronada a su vez con el memorable poema de Joan Margarit de 1995 Filósofo en la noche, donde un hombre cansado “por la dura vejez”, pero no vencido por ella, relee silenciosamente la Ilíada “en la madrugada negra de Madrid” mientras recuerda a su amada Montse muerta 25 años atrás; la imagen “gris y romántica” de ella viaja siempre con él “en el buque de hierro del alma”.

El protagonista de Filósofo en la noche es Lledó, pero no solo él. En el poema, Margarit dialoga con Emilio, Emilio lo hace con Homero, los tres conversan con Montse y esta, milagrosamente, con nosotros los lectores.

Una conversación

En el libro de Cipriano, este dialoga con Emilio pero invita a la conversación a otros pensadores que el autor conoce bien: el oscuro y penetrante Martin Heidegger, el prodigioso Immanuel Kant, el escurridizo Jacques Derrida, el insondable Platón, la contemplativa María Zambrano incluso…

Conceptos –que, además de conceptos, son metáforas– como ser, tiempo, logos, memoria, Ilustración, escritura, historia o educación van jalonando esa conversación múltiple y primorosamente recreada por Játiva a la que el lector se incorpora con toda naturalidad, como uno más del grupo, porque “la verdad es relativa, pero no porque no exista, sino porque está ‘en marcha’, ‘construyéndose’” .

¿Seguro que ‘construyéndose’? Bueno, seguro al cien por cien no: “Lledó –puntualiza Játiva– exceptúa de esa exploración a los grandes ideales políticos y morales que son faros iluminando el devenir humano: Bien, Verdad, Belleza, Justicia. Estos aparecen como luces que permiten orientar nuestro saber y nuestro vivir”.

Hablar, escribir, leer

Platón escribió contra la escritura. Lledó ha escrito a favor de ella inspirándose en el Platón que la denigró. Derrida le da la razón al primero y Játiva más bien al segundo. Asistimos, pues, a una conversación a cuatro en la que siempre cabrá ese quinto que es el lector, imprescindible en esta partida donde el lógos reparte las cartas. Imprescindible porque sin lector todo es silencio, ser pero no lógos: puro ser sin casa, sin futuro, sin anclaje.

Tras apuntar como de pasada, aunque el apunte daría él solo para un libro, que “para Lledó el ‘olvido’ más tenaz a lo largo de la historia de la filosofía no fue propiamente el del ser, sino el del lógos”, Játiva recrea en estos términos –literarios y precisos a un tiempo– la filosofía del pensador sevillano sobre la lectura y la escritura: “Para Lledó, en el acto de leer préstamos ojos a la oscuridad de los signos, los sacamos de su caverna, intentando llevarlos a la luz, al mundo de o verdadero o, al menos, al que el lector tiene por verdadero”.

Una pasada

Nacido un poco casualmente a partir de la idea del periodista Raúl Bocanegra de hacer una serie de entrevistas en profundidad a Lledó, que finalmente no pudieron llevarse a cabo, y materializado a la postre en un formato más netamente ensayístico, el libro Palabras en el tiempo es una casa que Cipriano le ha construido a su viejo amigo Emilio con los nobles materiales de la obra de este, pero no solo con ellos.

No es raro, pues, que al abrir la puerta y entrar en ese confortable hogar de apenas 300 páginas erigido en mitad del bosque el viejo profesor se haya sentido a un tiempo acogido, reconocido y redescubierto. Y también, cómo no, conmovido: “¡Es una pasada de libro!”, según exclamaba con expresión juvenil en la presentación del libro.

No era el elogio desmesurado y paternal de un profesor de Madrid a su alumno de Albacete; ni la alabanza condescendiente de un entendido español a la faena de un torero de Hamburgo. Era, sencillamente, la admiración franca y jovial que un amigo siente hacia otro cuando este se aproxima a la excelencia.