Juan Bernier, Ricardo Molina, Julio Aumente, Mario López y Pablo García Baena. Tras la muerte de este último el pasado domingo, ya no queda vivo ninguno de ellos. Los cinco poetas cordobeses que formaron el grupo Cántico, denominado como la revista del mismo nombre que alumbraron en dos épocas distintas a mediados del siglo pasado, no vieron reconocido su papel fundamental en el devenir de la poesía española hasta que ya prácticamente no escribían un solo verso.

La Iglesia Parroquial de San Miguel acoge este martes el funeral del poeta cordobés y Premio Príncipe de Asturias de las Letras, fallecido a los 96 años de edad –no 94 como erróneamente viene publicándose– y despedido el lunes por más de mil personas que han pasado por la capilla ardiente instalada en el salón de plenos del Ayuntamiento de Córdoba para transmitir las condolencias y muestras de cariño a los familiares.

Pese al reconocimiento actual, lo cierto es que el grupo Cántico, del que García Baena fue protagonista principal, tuvo que esperar hasta el final de la dictadura para ser reconocido como el eslabón entre la generación del 27 y la de los Novísimos. Entonces se comenzaron a elogiar sus versos barrocos en tiempos dominados por la poesía social (a la que también hicieron hueco en las páginas de la revista), de traducir a audaces autores internacionales o de dedicar un número especial al exiliado Luis Cernuda.

La película

De la mano de los cineastas Antonio Hens (aquí productor) y Sigfrid Monleón, el documental Cántico, que se presentó dentro de la sección Panorama Andaluz del Festival de Cine Europeo de Sevilla de 2016, recuperaba el espíritu del grupo y reivindicaba el valor de su obra: “Es una revista insólita en su época. Supone una apuesta por la poesía pura en un contexto a contracorriente, volcado en la rehumanización de la poesía, en el tremendismo más prosaico o retórico. Ellos conectan con el modernismo y la generación del 27, una corriente cercenada por la Guerra Civil. Hay que esperar a la generación de los “novísimos”, a Blecua, Gimferer, Carnero, Villena, Molina Foix, para que se les reconozca. Hasta prácticamente los años 70 del siglo pasado no existían, ni en las antologías de la poesía de posguerra ni en las librerías siquiera. Pero en su revista no sólo publicaron sus poemarios, publicaron a los poetas del exilio, a extranjeros y prohibidos, y le dedicaron el primer homenaje a Cernuda, entonces marginado como ellos, y homosexual también”, explicaba Monleón a este periódico.

Un poeta frente a la cámara

De los poetas del grupo, solo un casi centenario Pablo García Baena continuaba aún con vida cuando se presentó el documental. Pablo llevaba una existencia tranquila en su casa de Córdoba. Pareciera que su testimonio era imprescindible para el documental, pero en un principio se negó a prestarlo. “Nos decía que se encontraba viejo y que la película llegaba tarde, porque todos sus amigos de Cántico ya habían muerto”, desvelaba Monleón: “Pablo es un hombre que lo ha dejado todo escrito, incluso la historia del grupo Cántico y su revista. Es un hombre discreto y exacto, al que no le sobra una palabra. A su edad, enfrentarse a una cámara no era algo que tuviera previsto.”

Al final, se decidió a abrir su casa cargada de recuerdos al equipo de la película, dándole la libertad necesaria para hacerla, según reconocía el director valenciano, que en principio se planteó hacer el documental solamente sobre García Baena “porque me parece la voz poética más sólida y evolucionada en el tiempo de todo el grupo. Pero Pablo es ante todo Cántico, sin él creo que hoy ya no existiría la memoria del grupo. Él es la antorcha que mantiene vivo ese fuego”. En el documental queda patente esta predilección ya que tras un inicio en el que se recuerda al resto de componentes de Cántico, la mayor parte del resto del metraje se dedica al que fuera nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 1988.

Juan Bernier como tema

El propio Monleón ya filmó una película de ficción, El cónsul de Sodoma, sobre otro poeta, Jaime Gil de Biedma. En Cántico trabajó el formato documental, aunque reconocía que “hay una buena película de ficción sobre los años de juventud de los poetas de Cántico, en su apuesta por la vida y la felicidad en la triste posguerra de la celeste Córdoba enjuta. Pero quien de verdad tiene una película extraordinaria es Juan Bernier. No hay más que leer su diario para encontrarla en cómo vivió la atracción fatal por la belleza jovencísima de los muchachos de entre catorce y quince años de edad, en el crucial momento en que nacen en ellos los deseos y los apetitos carnales.”

La condición sexual de los componentes del grupo, que debieron ocultar en la época de la revista, es un tema que sobrevuela la película permanentemente, aunque Monleón aclaraba a EL PLURAL que sus claves poéticas “no pueden leerse solo desde esa perspectiva, más allá de la sensibilidad homoerótica de muchos de los poemas del grupo, exceptuando los de Mario López, que comparte con ellos antes una amistad que una estética”. Sin duda, sus diferencias respecto a sus contemporáneos traspasaron la poesía. En sus vidas, también fueron unos outsiders: “no coincidieron perfectamente con su tiempo ni se adecuaron a sus pretensiones. En este sentido fueron inactuales, pero justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, fueron capaces, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo”, explica el director de Cántico.

Cine hecho de poesía y autobiografía

“En Cántico, quería que la poesía fuera la verdadera protagonista de la película. Su forma documental me ha permitido esta osadía.” A diferencia de El cónsul de Sodoma, donde la importancia del personaje Gil de Biedma se imponía a la de su obra, en este film Sigfrid Monleón se ha planteado el reto de poner en imágenes multitud de poemas del grupo, obteniendo instantes de gran fuerza cinematográfica. “Con la rotulación de los versos y las imágenes he intentado aprehender las sensaciones plásticas y rítmicas de la poesía, huyendo de toda ilustración. Es una película para ser leída y oída tanto como vista”, defiende el cineasta.