La política en el mal sentido de la palabra viene desde hace tiempo erosionando a la política en el buen sentido de la palabra y arruinándola de unos años a esta parte. Esa doble cara de la política siempre ha acompañado, en realidad, a la democracia; lo nuevo es su agudización hasta extremos que desacreditan el propio juego democrático al devaluar las reglas mismas que lo hacen posible.

Entre nosotros, el juego empezó hace ya casi tres décadas, con la llegada de José María Aznar al Partido Popular y su consciente y deliberada determinación de utilizar el terrorismo como herramienta de desgaste electoral.

El último capitulo, aún inconcluso, de ese libro de las vergüenzas democráticas empezó a escribirlo Pablo Casado cuando, sin argumentos políticos ni epidemiológicos convincentes, votó en contra la prórroga del estado de alarma decretado por el Gobierno de Pedro Sánchez (y de Pablo Iglesias cuando no está ocupado con sus chuches republicanas).

Pues bien, lo párrafos más recientes de esa última página los está escribiendo el Partido Socialista en Andalucía a propósito de la gestión que la Junta está haciendo de la pandemia. Las líneas últimas las han escrito ayer Beatriz Rubiño y esta mañana Rodrigo Sánchez Haro con un mensaje común: la culpa de “la insoportable e injustificable” expansión de la pandemia es del presidente Moreno Bonilla.

Al atribuir hiperbólicamente a la “insolvencia” de la Junta de Andalucía y de su presidente una escalada explosiva de los contagios que en realidad es común a muchas otras autonomías y a no pocos países de todo el mundo, se equivoca el Partido Socialista. O se equivoca en su diagnóstico si este es sincero o se equivoca en su discurso si el diagnóstico no lo es.

Manifiestamente mejorable, la gestión de Moreno ha sido demasiado reservona y pusilánime en momentos críticos, pero nunca se ha salido de los parámetros epidemiológicamente homologables de lucha contra el virus. En España, quien únicamente ha despreciado esos parámetros ha sido la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso. Pero solo ella.

Los demás mandatarios autonómicos, ya sean socialistas, populares o nacionalistas, han cometido errores –alguno de ellos de mucho bulto, como su falta de coraje político para poner límites severos a la movilidad y las celebraciones durante la Navidad–, pero ninguno se ha comportado como Díaz Ayuso, cuya gestión se asimila más a la de un Trump o un Bolsonaro que a la de un Juan Manuel Moreno o un Alberto Núñez Feijóo.

El PSOE tiene razón al pedir cuentas de la gestión de la pandemia y al afear al presidente su ausencia del Parlamento o la Junta su resistencia a dar los datos que la oposición le reclama, pero no la tiene al afirmar que “Moreno Bonilla es una calamidad como mando único”, salvo que esté dispuesto el PSOE a decir lo mismo de presidentes autonómicos socialistas como Ximo Puig, Guillermo Fernández Vara o Emiliano García Page, en cuyas comunidades la expansión del virus también está siendo devastadora.

En términos sociopolíticos, esa oposición de brocha gorda engorda el populismo. En términos electorales, satisface a la parroquia socialista más fiel, pero espanta a los indecisos que buscan partido al que votar y aleja a los que se están pensando si vuelven a votar al PSOE, en vez de quedarse en casa como en 2018.

Si Moreno Bonilla fuera un toro podrían decirse muchas cosas negativas de él, pero en ningún caso que fue el toro que mató a Manolete.