La historia de la literatura, el mundo del cine y el del cómic (o si lo prefieren, el de los tebeos) han popularizado la imagen del escudero, una figura en apariencia secundaria, pero que en muchos casos es una especie de segundo protagonista. Sin duda, el caso que a todos se nos viene a la cabeza es el de Sancho, personaje inseparable de don Quijote, entre otras cosas porque nadie lo entendía como él y porque, como han señalado algunos estudiosos, necesitaban el uno del otro, pues al fin y al cabo habían corrido la misma suerte en multitud de ocasiones y de aventuras. Estaban convencidos de que su destino era común puesto que compartían una misma misión y unos mismos objetivos, aunque representaran a dos mundos diferentes. Uno de los elementos que definen la relación entre el amo o señor y su escudero es la lealtad mutua. En este sentido no se me ocurre mejor ejemplo que el proporcionado por mis lecturas infantiles de El Capitán Trueno, con sus compañeros, más que escuderos, Goliat y Crispín.

Pero en algunos casos bajo la tipología de un teórico escudero se esconde también la imagen del servilismo, la del individuo dispuesto de modo permanente a la adulación e incluso a dedicar su trabajo en exclusiva a mayor gloria de su jefe. Esa fue la imagen que, por ejemplo, ofreció Jorge Moragas cuando hace unos días un senador socialista intentó entregarle a Rajoy el casco de un minero, y de hecho cualquier observador se dará cuenta de allí donde está el presidente del Gobierno, un paso por detrás, se halla su jefe de Gabinete, algo que hasta ahora no había observado en ninguno de los presidentes anteriores.

Cuando se unen dos personajes de esa manera, su camino es el mismo, la suerte de uno es la del otro. Lo hemos visto en un ejemplo reciente, el de Javier Arenas y Antonio Sanz. De pronto, dos individuos a los que se les llenaba la boca de Andalucía, que expresaban su compromiso ineludible e inquebrantable con nuestra tierra, abandonan la primera línea política en el sur y emigran a lugar más tranquilo, al Senado, con lo cual ya se entiende algo el por qué de esa decisión del PP de que ambos ocupasen uno de los escaños que le correspondían a nuestra Comunidad en la Cámara Alta. Y se han ido sin que podamos saber, a ciencia cierta, qué han aportado ambos a la política andaluza, sobre todo Sanz, de quien es difícil recordar alguna intervención sosegada, sin acritud hacia los socialistas o que contuviera aportaciones constructivas hacia la realidad de nuestros pueblos y ciudades.

El problema de establecer vínculos de dependencia personal reside en el hecho de que a veces el que está arriba tiene a su vez otro vínculo personal con alguien superior. Ese es el caso de Arenas con respecto a Rajoy, que si bien es cierto le ha proclamado su apoyo y le ha expresado cuánto lo necesita, no se puede decir que las tenga todas consigo, puesto que la palabra del presidente del Gobierno no parece muy creíble, y por tanto puede ser que llegue el momento en que ya no necesite de los servicios de su escudero Arenas, pero no se sabe qué ocurrirá entonces con el siguiente eslabón de la cadena, porque en política es difícil encontrar el mismo grado de lealtad existente entre Sancho y don Quijote. Y además, aquello era literatura, pues como dijo Borges, “el hidalgo fue un sueño de Cervantes y don Quijote un sueño del hidalgo”.