Se mire como se mire y digan lo que digan desde la sede socialista de la calle San Vicente para escurrir el bulto de la pérdida de la Junta de Andalucía tras 36 años de gobierno, en política es más responsable quien más responsabilidad tiene. Y Susana Díaz era quien más responsabilidad tenía aquel fatídico 2 de diciembre en que el PSOE ganó la elecciones pero perdió el poder.

En todo caso, es pronto para aventurar si el lastre de tan amarga victoria arrastrará a Díaz al abismo o si la expresidenta logrará sobreponerse ante los suyos y esquivar la arremetida orgánica que Ferraz activará muy probablemente tras el verano, o tal vez antes, una vez concluido el ciclo electoral del 28 de abril y el 26 de mayo.

Polarización sistémica

La encuesta postelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre las históricas elecciones andaluzas era esperada con cierta ansiedad en círculos políticos, sobre todo socialistas, pero también en círculos periodísticos.

La polarización entre pedristas y susanistas antes y después de las primarias de 2017 que dieron la victoria a Pedro Sánchez sobrepasó ampliamente las fronteras orgánicas para ocupar territorios mediáticos y abducir a periodistas y opinadores pocas veces tan ardientemente implicados en la guerra civil de un partido.dD

El sanchismo en sus diferentes acepciones se inclina en señalar a Díaz como principal y prácticamente única culpable del 2D, mientras que el susanismo pone el énfasis en Sánchez y su temeraria alianza con el secesionismo como claves del desafecto de los votantes socialistas andaluces y del ascenso de Ciudadanos y Vox.

Las elecciones generales del 28 de abril podrían dar nuevas aunque no definitivas pistas sobre cuál de los dos bandos tiene no razón pero sí más razón.

Los ingredientes

Mientras tanto, las esperanzas puestas en el CIS se han visto más bien defraudadas: las casi 3.000 entrevistas realizadas entre mediados de diciembre y enero prometían más de lo que finamente han desvelado.

Analistas y observadores coinciden en que la abstención de la izquierda fue la clave para que la Junta de Andalucía esté hoy en manos de la derecha. Las diferencias vienen a la hora de identificar a los culpables de esa abstención y de la insuficiente victoria socialista a que dio lugar.

La dificultad estriba en ponderar cuánto peso tuvieron los distintos ingredientes del amargo plato que hubieron de cenarse los socialistas andaluces aquella noche del 2 de diciembre.

Tales ingredientes son, por lo demás, bien conocidos: la división interna del PSOE; el deterioro de la imagen la candidata andaluza a cuenta de dicha división; la campaña zen con Díaz como único referente electoral; la cuestión catalana y la gestión de la misma por el Gobierno central, cuya estabilidad dependía del secesionismo; los 36 años de mandato socialista y la acusación de clientelismo formulada tanto desde la derecha como desde la izquierda; el macrojuicio de los ERE; el fracaso en la lucha contra el paro; el deterioro de los servicios públicos por recortes impuestos en última instancia por Bruselas…

Los motivos de la abstención

El CIS confirma lo que ya se sabía, que la abstención castigó al PSOE más que a ningún otro partido hasta el punto de hacerle perder la Junta de Andalucía, pero no pregunta por los motivos que llevaron a una masa tan importante de votantes –socialistas pero también de Adelante Andalucía–  a dar la espalda a la cita electoral.

El 42,1% de todos los abstencionistas –un 41,3 por ciento del censo– tenía decidido no participar en el proceso mucho antes de iniciarse la campaña electoral. Entre ellos, un 22,7% asegura que, de haber votado, habría elegido la papeleta del Partido Socialista. ¿Por qué no lo hizo?

El CIS no nos aclara en detalle por qué se abstuvo ese 41,3 por ciento del censo andaluz. El 26,8 por ciento fue porque no había “ninguna alternativa que les convenciera” y el 21,6 porque no “ninguna fuerza o político le inspiraba confianza”. Hubo también un 18,6 por ciento que no votó por “estar harto de la política y de las elecciones” y un 11 porque “da lo mismo votar que no votar”.

A su vez, el 42 por ciento de los abstencionistas lo había decidido hacía “bastante tiempo” y un 19 antes de la campaña, mientras que el 67 por ciento de los votantes tenía decidida su opción desde hacía tiempo.

Se echa de menos, pues, alguna pregunta específica que profundice en los motivos de tan generalizada insatisfacción, desconfianza o desafección. Habría sido de gran ayuda incluir una batería de opciones de respuesta que recogiera algunos de los factores de la debacle socialista mencionados más arriba: campaña electora, división interna, Cataluña, agotamiento tras 36 años…

La campaña

¿Fue decisiva la campaña en el resultado final? El CIS da respuestas parciales y un punto contradictorias. Por una parte, solo el 23,6 por ciento de los entrevistados admite haber seguido la campaña “con mucho interés”, mientras que más del 55 por ciento la siguió con “poco” o “ningún interés”.

Además, lo que vio u oyó durante la campaña le sirvió de “poco o de nada” al 76,8 por ciento de los encuestados para informarse de los programas de los partidos, y al 82 por ciento de “poco o de nada” para decidir su voto (le sirvió “bastante” a un 13,9 por ciento); dentro de ese 82 por ciento, a un 59,9 no le sirvió de nada.

El porcentaje a quienes les influyó mucho (2,7) o bastante (7,4) es tan bajo que resultan irrelevantes las respuesta a preguntas como en qué sentido tuvo en cuenta la campaña o cuáles fueron sus dudas sobre a qué partido votar.

Las ‘mentiras’

El análisis de los resultados se complica aún más si se atiende a las mentiras de los encuestados. El 73,8% de ellos asegura que fue a votar el 2 de diciembre, aunque en realidad lo hizo solo un 60,6 por ciento, pues la abstención fue del 41,3 frente al 36 por ciento de 2015.

Otro dato a tener en cuenta: a la pregunta de qué habría hecho “si hubiera conocido los resultados”, el 68,6 por ciento responde que habría votado lo mismo y solo el 16,3 se habría abstenido o votado en blanco o nulo. De ese 16,3 por ciento, el 35,8 eran ‘Agricultores/as (empresarios/as sin asalariados/as y miembros de cooperativas)’.

En contra de lo que ha sostenido el PSOE andaluz, apenas tuvo incidencia en la abstención el argumento de que “ya sabía quién iba a ganar”, pues solo lo aduce como primera razón para haberse abstenido el 0,9 por ciento y como segunda el 1,6.

Una cierta esperanza

Por lo demás, en caso de haber votado, el 22,7 por ciento de los que no lo hicieron dicen que habrían votado al PSOE. Aunque todo apunta a que los socialistas fueron los grandes damnificados del 2D, el CIS les da también algún motivo de esperanza, como que es el partido del que sus votantes menos se avergüenzan o menos olvidan haber apoyado.

Obtuvieron realmente un 27,95 por ciento de los sufragios y dicen haberlo votado un 26,3 por ciento, apenas 2,7 puntos menos. En cambio, al PP lo votó el 20,75 por ciento y recuerda haberlo votado solo el 14; a Ciudadanos lo votó el 18,27 y admite haberlo hecho el 13,1. Los porcentajes de Adelante Andalucía son 16,8 y 13,1 y los de Vox 10,97 frente a 5,7, respectivamente.

Una cierta sospecha

Tales datos se avienen con coherencia con la respuesta a la pregunta de a quién votarían en caso de celebrarse hoy elecciones generales: el 24,0 por ciento confiesa que votaría al PSOE, mientras que al PP solo el 10,3, a Cs el 11,6, al UP el 8,8 y a Vox el 4,4.

Sin embargo, tan buena noticia para los socialistas y tan mala para todos los demás resulta, cuanto menos, controvertido. Para el PP, algo más que eso: se trataría de un porcentaje arteramente amañado por el impenitente socialista José Félix Tezanos, presidente del CIS, pues mientras el dato del PSOE se aproxima a la realidad de las últimas citas electorales, la proyección relativa al PP está escandalosamente por debajo del resultado arrojado por las urnas en las generales de 2016 o las andaluzas de 2018.