Al PSOE de Andalucía lo han echado del poder por la vía más inesperada y tal vez menos honrosa: la vía de la extrema derecha. Aritméticamente, quien lo expulsa del poder es VOX; políticamente, quien lo ha expulsado ha sido él mismo. Lo que está por determinar no es la identidad de los culpables directos, sino el porcentaje de culpa de cada uno de ellos, de Susana Díaz y de Pedro Sánchez. Los culpables indirectos son, por supuesto, muchos más, pero esos nunca pagan.

El castigo del electorado socialista ha sido a ambos líderes, pero quien realmente heredará ese ruinoso patrimonio del 2-D cargado de deudas, quien de verdad deberá afrontar el pago de las elevadísimas tasas políticas que gravarán tan devastada herencia es el Partido Socialista Obrero Español. La pérdida de la Junta deja malherida a Susana, debilita seriamente a Pedro y desata el pánico en las baronías socialistas de todo el país.

¿Cómo pudo pasar?

Como en la irritante campaña de la Dirección General de Tráfico que repite obsesivamente la frase “¡has matado a tu mejor amigo, has matado a tu mejor amigo, has matado…!”, los socialistas andaluces no cesan de preguntarse desde hace una semana “¿cómo pudo pasar?, ¿cómo pudo pasar?, ¿cómo pudo pasar? ¿cómo pudo…?”. O de decirse esto otro: “Has perdido Andalucía, has perdido Andalucía, has perdido…”.

Las vibrantes apelaciones socialistas contra la extrema derecha son legítimas pero no del todo virtuosas, pues alimentan la sospecha de que quien las promueve tal vez quiere utilizarlas como gatera para eludir la penitencia que le ha sido impuesta por sus muchos pecados, ya fueran por acción u omisión.

La ciencia demoscópica ya está trabajando a marchas forzadas para iluminar lo que ella misma oscureció durante los meses y semanas anteriores al fatídico 2-D. Los primeros trabajos no apuntan, en el caso del PSOE, a un culpable único: perdió votos por su izquierda, los perdió por su derecha y no logró sacar de casa a muchas decenas de miles de votantes en 2015.

Un puñado de motivos

Aunque desconocemos en qué proporción exacta, los ingredientes de la amarga victoria del PSOE –muy amarga pero no más que la del PP en 2102– son conocidos:

1. La división interna socialista, cuyo último episodio fue la encarnizada batalla de las primarias, y el fuerte deterioro de la imagen pública de la presidenta andaluza, que pasó de ser en la primavera de 2014 la Santa Susana que salvaría al socialismo español a ser señalada solo tres años después como La Mala Díaz que lo ha llevado al infierno.

2. Los inquietantes compañeros de viaje Pedro Sánchez en su crucero gubernamental a ninguna parte, con continuos golpes de timón que desconciertan a la tripulación tanto como marean al pasaje.

3. Cataluña.

4. La campaña zen de Díaz (que fue un error pero un error bien fundado, pues era la clase de campaña que aconsejaban las encuestas).

5. La fatiga de materiales del edificio levantado por el socialismo andaluz en los primeros años 80. Sus cimientos han quedado dramáticamente corroídos por el ácido del caso ERE, principal prueba de cargo esgrimida por la derecha y la izquierda para desacreditar una gestión socialista durante la cual ha mejorado significativamente la vida de los andaluces pero no así su horizonte laboral ni su confianza en el futuro.

6. La ceguera de las encuestas no ya para predecir, sino ni siquiera para intuir el hecho político más importante sucedido en España después de la crisis de Cataluña y la quiebra del bipartidismo: la irrupción irresistible de la extrema derecha.

7. La ola de ciega indignación populista que anega las costas de Europa y América: el Brexit, Donald Trump, Matteo Salvini, Viktor Orbán, Marine Le Pen, Carles Puigdemont, Santiago Abascal… El populismo es una forma de cansancio democrático cuyos beneficiarios ideológicos son imprevisibles.

Facturas pendientes

La pérdida de la Junta ha hecho revivir a los bandos enfrentados durante los tres largos años que duró la guerra civil socialista (2015-2018).

La dinámica de las banderías alcanza incluso a los observadores más asépticos: no hay nadie que no vaya un poco más contra Susana o un poco más contra Pedro, del mismo modo que en la crisis catalana no hay nadie que no sea un poco más españolista o un poco más catalanista. Se trata de una ley de hierro de las guerras civiles a la que pocos escapan.

No hay análisis que no bascule hacia uno u otro lado. Y con simétrico grado de ensañamiento: a quienes culpan a Pedro les asoman por los abultados bolsillos las facturas arrugadas que le tenían reservadas al presidente, unos desde hace años y otros desde la moción de censura de junio; quienes culpan a Susana no se molestan en disimular: unos, la intensidad con que la detestan; otros, el desdén con que la menosprecian.

El resucitado

Paradójicamente, el beneficiario principal de todo ello es un hombre que pasaba por allí, un tipo al que todos habían desahuciado mucho antes de la jornada electoral. Nadie imaginó que el entierro que tantos habían planeado para Juanma Moreno se trocaría en su milagrosa resurrección.

El PP no logró gobernar en su mejor momento, que fue 2012, pero lo hará en el peor, que es 2018. Pocas veces en política alguien ganó tanto habiéndolo perdido casi todo.

La sangría de votos sufrida por el PP a manos de VOX y Ciudadanos tendrá el inesperado efecto de convertir a Juanma en presidente de la Junta: si juega bien sus cartas y es capaz de demostrar a Génova y al mundo quién manda aquí, no habrá nadie capaz de echarlo. Ver para creer.