El caso Nóos fue una dura prueba, pero la superé. El caso Rato/Blesa no lo es menos, pero confío en superarla igualmente. La justicia me lo pone cada día más difícil, pero sigo creyendo en ella, maldita sea. Los jueces son tenaces en sus errores, pero yo no lo soy menos en mi fe: son tipos duros, sí, pero no lograrán que me sume a todos esos millones de ciudadanos que han dejado de creer en ellos.

Las cosas se han puesto de tal manera que no hay banqueros ni políticos bastantes en España cuyo encarcelamiento en masa pudiera hacer cambiar de opinión a la gente. A nadie le gusta hacerlo porque a nadie le gusta admitir que ha estado equivocado. A los jueces, los que menos, aunque ciertamente ellos tienen una buena razón para resistirse a rectificar: como el de algunos periodistas, su trabajo consiste en buscar la verdad y proclamarla a los cuatro vientos. Rectificar demasiado la verdad acabaría con el negocio.

Sobre los banqueros saqueadores Rodrigo Rato y Miguel Blesa, condenados a diez años de cárcel en total, no esperaba uno que los metieran ya mismo en prisión, pero sí que les impusieran alguna medida cautelar, una fianza significativa, una obligación de acudir al juzgado, una incautación del pasaporte, un algo, ese gesto mínimo que habría ayudado a recomponer, aun muy modestamente, la devastada fe de tanta gente en la justicia.

Pero no, ambos esperarán en casa sin coste alguno a que el tribunal de apelación resuelva su recurso. La cárcel puede esperar. Esa clemencia de los jueces con los banqueros carga de razón a quienes, por lo demás y también hay que decirlo, solo se habrían conformado si Rato y Blesa hubieran ingresado de inmediato en prisión y debidamente encadenados.

En España no tenemos un problema con la justicia, tenemos un problema con la verdad. Y lo tenemos porque, imitando en esto a algunos jueces (y juezas), solemos supeditarla a nuestros prejuicios, nuestros temores, nuestras inclinaciones o nuestro resentimiento. No estamos dispuestos a ttrabajar unas horas leyendo los argumentos judiciales que con tanta contundencia descalificamos como injustos: hacer tal cosa sería someter a nuestra fe a una prueba de la que pudiera salir malparada. La fe no da trabajo; la verdad, sí.