Fecha no histórica pero sí significativa: hasta la tarde del jueves 19 de noviembre de 2020, Alejandro Hernández había sido el ultra tranquilo, el facha civilizado, el circunspecto portavoz de la extrema derecha de quien nadie a primera vista habría dicho que era de extrema derecha.

La dirección nacional Vox acertó de lleno cuando prescindió del atrabiliario y deslenguado juez, ex juez y de nuevo juez Francisco Serrano para sustituirlo por el abogado madrileño afincado en Córdoba Alejandro Hernández Valdés.

Su verbo templado, sus maneras educadas, su aparente flema británica, su gestualidad mansa pero severa se habían ganado la indulgencia, y aun la disimulada simpatía, de parlamentarios, analistas y observadores implacables con el facherío andaluz hasta la entrada en escena de Hernández.

Un caballero y dos tías

Hacia la una de la tarde de ese aciago jueves de noviembre, el Parlamento de Andalucía veía lo nunca visto. La cólera de Alejandro. Hernández desencadenado. El ‘vóxer’ iracundo.

Irrumpía en la Cámara Alejandro furioso: como el Orlando de Ariosto, pero fuera de sí no por la traición de alguna Angélica esquiva, sino porque la diputada socialista Susana Díaz –una tía– había afeado al presidente Moreno que reprochara a Sánchez haber pactado con Bildu cuando él mismo lo había hecho con Vox, de quien depende la estabilidad del Gobierno de PP y Cs.

El hasta entonces caballero Hernández exigió a la presidenta del Parlamento –otra tía– turno de palabra para contestar a Díaz como se merecía, pero Marta Bosquet le recordó que no podía ser porque en ese momento estaba interviniendo una diputada. Fue entonces cuando Hernández perdió la compostura y mandó “a tomar por culo” a la presidenta, y de paso al hombre tranquilo y su flema británica de los cojones.

Tenía derecho Hernández a pedir la palabra para defenderse de lo que consideraba una alusión ofensiva a su grupo. De hecho, el portavoz ultra hasta podría haberle ganado a Díaz una batalla en la que contaba –él, no ella– con aliados socialistas de tanto peso y ascendiente como Alfonso Guerra, Emiliano García Page o Guillermo Fernández Vara. Con buenas maneras podría haber vencido; con las malas, perdió.

Un retrato hiperrealista

El hombre tranquilo se fue calentando por momentos hasta tener las entrañas al rojo vivo. Durante unos instantes debió librarse una dura pelea en esas profundidades violentas que, ultras o no, todos salvo los santos muy santos llevamos dentro. La batalla acabó cuando la Cámara escuchó, con ojos como platos, el ominoso ‘a tomar por culo’ cuyos ecos perseguirán a Hernández allá donde vaya (salvo que vaya a Canal Sur, claro).

La ira ciega de Alejandro no da, sin embargo, el retrato acabado y fiel de este diputado que, en su día, abandonó la militancia del PP porque el partido no colmaba sus expectativas derechistas, pero al que irrita sobremanera que adversarios y periodistas denigren a Vox tildándolo de extrema derecha.

No, el retrato exacto de Alejandro furioso no lo dio su cólera caliente y repentina: lo dio su persistencia en ella, su perseverancia en el rencor, evidenciada en la fría negativa a pedir perdón al Parlamento y a su presidenta.

Disculparse, duputado Hernánbdez, es mucho más que un mero trámite de urbanidad: la disculpa sincera es bálsamo de heridas, señal de tolerancia, indicio seguro de contrición y respeto.

Relación de perdedores

Del episodio, entre lastimoso y grotesco, del jueves 19 no solo sale malparado Hernández, también PP y Cs por mostrarse tan benévolos con él y también, y muy particularmente, la presidenta Marta Bosquet.

En el fútbol, es roja directa “menospreciar, insultar, escupir o agredir al árbitro”. La Presidencia de un Parlamento es el árbitro que vela por el cumplimiento del reglamento: ningún árbitro que respete el juego, respete a los jugadores, respete al público y se respete a sí mismo habría dejado pasar sin amonestación la fea acción del extremo Alejandro.

Bosquet se ha comportado como un árbitro untado, como esos colegiados tan descaradamente caseros que la afición del equipo contrario los imagina saltando al campo en bata y zapatillas. Bosquet ha actuado no como árbitra, sino como jugadora número 12 del equipo de casa.

Pero, a la postre, en el incidente no solo pierden Hernández, Bosquet y el Parlamento. Pierde también la propia política, retratada como un juego fullero y ventajista donde las ya de por sí relajadas reglas éticas se aplican con severidad si y solo hacerlo no comporta riesgo ni penalización alguna para quienes las aplican. En caso contrario, a tomar por culo la ética.