La Revolución francesa no solo trajo consigo una serie de cambios en el orden social, político y económico, sino que también introdujo hábitos sociales como la celebración del día nacional, la bandera y el himno. Todo ello se acabó incorporando al conjunto de los países que hoy día conmemoramos distintos acontecimientos de nuestra historia que sirven, o se intenta que así sea, para configurar una mentalidad colectiva y el sentimiento de pertenencia a una comunidad.

Existían también, en el ámbito occidental europeo, celebraciones comunes, que como todos podemos imaginar tenían que ver con fiestas de contenido religioso, pensemos por ejemplo en la navidad. Pero no existía algo compartido de carácter laico, para eso hubo que esperar a que en 1889 un congreso de organizaciones obreras, en París, acordara que se celebrara una manifestación internacional en un mismo día con el fin de reivindicar la jornada de 8 horas. Como una organización estadounidense ya había decidido convocarla para el 1 de mayo de 1890, se escogió esa misma fecha.

Sobre aquella decisión, el historiador Eric J. Hobsbawm  nos destaca que se deben tener en cuenta tres hechos: el primero, que no se convocó con propósitos de continuidad; el segundo, que nada indicaba que debiera ser un acontecimiento festivo o ritual, y tercero, que en aquel momento no se reconcedió demasiada trascendencia a la decisión. Lo sorprendente fue la respuesta masiva que en muchos países tuvo aquel llamamiento, si bien nos indica el citado historiador británico que en algunos lugares se debatió si celebrar la manifestación el día 1 puesto que era jueves, y ello significaba dejar un día de trabajar, es decir, una huelga que podría tener sus costes para los trabajadores. Y precisamente este hecho es lo que puso de manifiesto el grado de conciencia de las organizaciones y de la misma clase obrera en su conjunto, puesto que dejar de trabajar para reivindicar una jornada laboral más justa, era la expresión del deseo de disponer de manera más adecuada de tu propio tiempo.

Poco a poco se fue convirtiendo en un ritual, en una expresión práctica de aquel viejo principio del marxismo que era el internacionalismo. Además, a diferencia de otras celebraciones en las cuales miramos hacia el pasado, pensemos por ejemplo en España en el 12 de octubre o en el 6 de diciembre, el 1º de mayo nació como un reivindicación de futuro, por ello cada año se añadieron reivindicaciones nuevas, y así sigue hasta el día de hoy, y en consecuencia no es de extrañar que se haya convertido en la única fiesta de carácter laico que ha alcanzado una dimensión universal, hasta el punto de que supera incluso a conmemoraciones de tipo religioso.

En estos momentos de crisis, quizá convenga más que nunca recodar ese carácter de la festividad, porque hacen falta dos elementos clave: uno, la unidad de todos los ciudadanos ante los recortes que la derecha quiere llevar a cabo tomando como excusa la crisis, y otro, el mantener ese valor de futuro. Y ello debe ser tenido muy en cuenta en el caso de nuestro país, donde el gobierno parece vivir al margen de la realidad con un presidente que no desea, o no se atreve, a comparecer ante los ciudadanos. Ya lo señaló Jaime Vera en un artículo ante el 1 de mayo de 1898: “Triste, tristísimo es que las culpas de los Gobiernos las paguen los pueblos; pero el pueblo que se empeña en tener un buen Gobierno, lo tiene”.