Llegaron a la política muy jóvenes y al poder en los umbrales de la madurez. Mediaban los años ochenta y muchos ellos andarían en torno a los treinta, como mucho a los cuarenta. Fueron diputados, alcaldes, consejeros, senadores.

Lo ganaban todo. El PSOE andaluz parecía invencible: en la derecha se quejaban amargamente de que los socialistas habrían ganado las elecciones aunque hubieran puesto de cabeza de cartel a una cabra. Ayuntamientos, diputaciones, Junta, Congreso, Senado: el socialismo andaluz arrasaba en las urnas. En todas las urnas.

Muchos de ellos y ellas eran entonces padres primerizos. Hoy, como unos cuarenta años después, son abuelos y la mayoría están no fuera del partido pero sí fuera de la política. Siempre estuvieron orgullosos de su contribución personal a la modernización de Andalucía: hospitales, centros de salud, autovías, carreteras, escuelas, universidades, protección social...

Tienen la suficiente memoria para recordar vívidamente que heredaron una Andalucía analfabeta y casi subdesarrollada y la transformaron en un territorio bien articulado donde la gente ya no se sentía acomplejada por ser del sur ni tenía que huir de su pueblo para poder vivir dignamente. Andalucía tal vez sea la comunidad española donde resulta más visible el salto en capital físico y desarrollo económico, social y educativo experimentados en las últimas cuatro décadas.

El escándalo de los ERE y la dura sentencia que mereció al tribunal de la Audiencia Provincial de Sevilla han tenido efectos devastadores en aquella confianza en sí misma y en su gestión que siempre tuvo la generación socialista que llegó a la política andaluza en los ochenta.

Las severísimas condenas judiciales recaídas sobre quienes habían sido referentes del partido no solo en capacidad política sino también y sobre todo en honestidad personal no han sido asimiladas por la organización. Tampoco, por supuesto, por ellos mismos.

Susana Díaz en el pasado reciente y Juan Espadas en el presente, temerosos de quedar convertidos en estatuas de sal si miraban atrás, optaron por silenciar el pasado. El legado de tres décadas y media de gobierno ininterrumpido ha desaparecido del discurso del partido: a mitad de camino entre silencio más absoluto y el olvido más vergonzante, la nueva generación de dirigentes que tomaron el relevo tras la renuncia de José Antonio Griñán decidió que reivindicar el pasado tenía más riesgos que ventajas.

A lo más que se ha atrevido la nueva nomenclatura socialista ha sido a defender la honestidad personal de los expresidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán, pero no a reivindicar ni a asumir como propias ni una sola de las leyes que aprobaron, ni uno solo de los avances y mejoras que ellos hicieron posibles, ni uno solo de los grandes proyectos materializados durante sus mandatos.

A sus sucesores no les faltaban, desde luego, buenos motivos para ponerse de perfil en relación a ese pasado del que toda la militancia se había sentido hasta entonces orgullosa: reivindicar el legado socialista era darle a la derecha la oportunidad de airear asuntos tan embarazosos como los ERE o tan deshonrosos como las andanzas del director de la FAFFE por los puticlubs de Andalucía. Mejor pasar página.

Mas la consecuencia directa de esa estrategia del silencio es que las únicas cosas que los andaluces oyen sobre el pasado son las que dice el Partido Popular, naturalmente todas ellas negativas. Cuando las derechas braman contra la corrupción, el clientelismo, el despilfarro, los chiringuitos, la administración paralela, el desempleo, la reclusión de la comunidad en el vagón de cola de la economía…, no hay al otro lado ningún socialista de la nueva hornada que les dé la réplica. Silencio total.

Embarazosas para los viejos socialistas y arriesgadas para los nuevos, las controvertidas alianzas parlamentarias del PSOE y el Gobierno de Pedro Sánchez nunca han sido ciertamente del agrado de los abuelos, pero estos admiten que el presidente tenía buenas razones para hacer lo que hacía: aunque no siempre pudiera justificar ideológicamente sus alianzas, sí podía explicarlas políticamente. 

No sucede lo mismo con la preterición del pasado por parte de sus herederos: ahí los abuelos se sienten huérfanos; tal vez no traicionados, pero sí olvidados de sus propios hijos. Juan Espadas y Pedro Sánchez –de nuevo, ayer mismo en Granada– nunca mencionan los avances materiales, sociales y educativos atribuibles al PSOE del Andalucía, aunque sí aireen con orgullo los del PSOE de Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero.

Guardar silencio ante los ataques de la derecha al pasado socialista andaluz evita problemas y disgustos a la nueva generación de dirigentes, pero institucionaliza la orfandad, el desamparo y el olvido de la antigua.