2017 ha sido un buen año para Ciudadanos. Seguramente el mejor año desde aquel 2005 en que un grupo de voluntariosos y hastiados profesionales e intelectuales catalanes formalizó en el 'territorio comanche' de Barcelona unas siglas hiperconstitucionalistas por las que entonces nadie daba un céntimo.

Dos años después, se han convertido en la primera fuerza política en Cataluña, aunque solo la cuarta en España o en Andalucía. Y, sin embargo, el rendimiento político de esa posición subalterna está siendo mucho mayor en el Congreso de los Diputados o en el Parlamento de Andalucía del que, previsiblemente, logrará en la cámara del Parc de la Ciutadella.

La aritmética de la humildad

Para Juan Marín, presidente y portavoz parlamentario de Ciudadanos Andalucía, 2017 ha sido un año plácido, y no en el sentido de haber trabajado poco, sino en el de haber obtenido unas inmejorables tasas de rendimiento a su modesto capital. Ha sido también un año provechoso.

Con nueve diputados, que son los que tiene Cs en el Parlamento, se puede mandar mucho, pero eso es relativamente fácil cuando la aritmética parlamentaria juega a tu favor. Lo que ya no es tan fácil es mandar sin humillar a tu socio mayoritario ni hacerle morder públicamente el polvo de la claudicación.

No obstante, ello solo es factible si el socio colabora. Cuando no lo hace –como varias veces ha sucedido con el Partido Popular y singularmente con su empeño en no dejar caer al presidente de Murcia imputado, Pedro Antonio Sánchez– el precio a pagar finalmente es mucho más elevado del que habría sido de aceptar de buen grado que cuando la aritmética te es adversa, la soberbia es mala consejera.

La experiencia es un grado

Los socialistas andaluces tienen más experiencia que los populares en la gestión de una minoría parlamentaria. Ya se vieron obligados a hacerlo entre 1996 y 2004, cuando necesitaron el apoyo del Partido Andalucista, y de nuevo entre 2012 y 2015, cuando su socio de gobierno fue Izquierda Unida.

En esta legislatura, el formato de la alianza con Ciudadanos no es el gobierno de coalición, sino el pacto de investidura –en realidad de legislatura– con el cual ambos partidos parecen sentirse bastante cómodos. Al menos hasta ahora, pues en estos dos años y medio ha habido rozaduras, pero no sangre.

El propio Juan Marín ya tenía, por su parte, experiencia propia en la gestión de alianzas con el Partido Socialista, con quien gobernaba en Sanlúcar de Barrameda como número dos de un alcalde socialista. Por lo demás, al buen entendimiento político de Marín con Susana Díaz no solo contribuye el buen entendimiento de la presidenta con el líder nacional de Ciudadanos Albert Rivera, sino muy significadamente el perfil político y personal del líder andaluz del partido naranja.

Egolatría y política

Marín tal vez sea, junto al socialista Juan Cornejo, el político andaluz menos dado al énfasis, a la solemnidad vacua, al narcisismo. Siendo este último rasgo una de las enfermedades profesionales de la política, Marín actúa como si toda la egolatría de este vano mundo le fuera ajena.

Tanto en sus intervenciones públicas como en sus negociaciones privadas, el presidente de Ciudadanos suele mostrarse grave sin presunción, firme sin altivez, humilde sin bajeza: lo llamativo del caso es que se trata de una conducta que en política es poco común, por no decir excepcional.

La gran victoria

La gran victoria política, en todo caso, de Ciudadanos en 2017 ha sido la rebaja –la segunda rebaja, en realidad– del Impuesto de Sucesiones y Donaciones, fruto de una negociación en la que los socialistas se resistieron como gato panza arriba, pero que sabían que tenían perdida de antemano.

“Colorín colorado, el cuento del PP con el Impuesto de Sucesiones se ha acabado”, proclamaba eufórico Marín tras cerrar el acuerdo con la Junta: el Gobierno de Susana Díaz salía ganando porque amarraba los presupuestos de 2018, Ciudadanos también ganaba porque el impopular impuesto solo lo pagarían los herederos millonarios y el PP se quedaba sin uno de sus juguetes favoritos para zaherir a la presidenta.

Y ahora ¿qué?

Salvados sin grandes tropiezos 2015, 2016 y 2017, la incógnita es qué sucederá en este 2018. ¿Apoyará Ciudadanos los presupuestos de 2019 u optará por distanciarse de su socio ante la cercanía de las elecciones municipales, previstas para mayo del año que viene?

En tal caso, ¿adelantaría Díaz al otoño o el invierno de 2018 las autonómicas de 2019? ¿Le regalaría Marín a la presidenta la excusa de no tener presupuestos para que pudiera hacerlo? Quede todo ello aparcado por ahora. Puede que no sea demasiado pronto para hacer esas preguntas, pero sí lo es para contestarlas.