El acervo popular tiene una frase guardada para quienes quieren lanzar piedras y les exige estar libres de pecado, pero se suele ignorar a quienes reciben la pedrada. Quien más y quien menos, alguna vez en su vida se ha llevado un bofetón sin motivo. El mío llegó una fría mañana de febrero, con 15 años, en el patio del instituto. En mitad de la pista de baloncesto se plantó un desastrado chaval que me sacaba dos cabezas, sacó un papel del bolsillo y me preguntó si era Marcos Paradinas. Afirmé y, antes de sacar el DNI, ya me había caído el tortazo encima.

Él se guardó el papel en el bolsillo y siguió haciendo la ronda. Al parecer, ejercía de repartidor de bofetones y el papel era un albarán con otros cuatro destinatarios de un surtido de galletas. Merecida o no, la lista la había elaborado un compañero de clase a quien no le debíamos caer muy bien y el sicario del bofetón era un primo suyo, conocido, ironías de la vida, como Andrés “el gallego”, el más malo de Alcorcón. Al menos era “el más malo” ese trimestre, porque el puesto estaba muy cotizado y era rotatorio.

Fallaron los sistemas de seguridad del instituto al dejar entrar a un mayor de edad sin vinculación con el centro, pero para cuando los profesores me hablaron de denunciar yo ya estaba pensando en la clase de Matemáticas, a la que no quería llegar tarde. Ni vendettas ni pleitos; de la galleta sólo quise quedarme con dos lecciones: que un pirado siempre puede llamar a tu puerta – o en tu cara- y que no hay que responder a tu nombre si no conoces al que pregunta.

Más que el rostro magullado, lo que humaniza a Mariano Rajoy y me hace sentir empatía con él es su reacción. Su decisión de seguir con la campaña como si no le acabaran de partir la cara le honra y al Partido Popular hay que aplaudirle su orden interna de que no se relacione la agresión con la contienda política. Una posición que el propio presidente resumió al día siguiente así: "Estamos en un país civilizado y no andamos a bofetadas. Ha sido una excepción".

Pero igual que hay desquiciados que arreglan sus problemas a golpes, existen energúmenos a de los que no se puede controlar su incontinencia verbal, como la candidata del PP por Segovia. La dignidad que ganó Beatriz Escudero pidiendo la dimisión del comisionista Gómez de la Serna la perdió ayer cuando vomitó varios tuits relacionando el puñetazo con la ofensiva dialéctica de Pedro Sánchez en el debate.

También en la profesión periodística han encontrado acomodo varios matones. Algunos incluso escriben editoriales en periódicos centenarios; otros, a los que también zurraron la badana en la noche madrileña, vuelven a incubar su paranoia de que las chekas están en activo persiguiendo a honrados miembros de la derecha.

Vincular el puñetazo al presidente con el “indecente” de Sánchez es tan mezquino como asegurar que Rajoy se había ganado un puñetazo por llamar “ruin y miserable” al socialista. Sánchez no se merece esas acusaciones, ni Rajoy se merecía un puñetazo. Ni yo una galleta en el patio del instituto, puestos a reivindicar. Pero son cosas que pasan. Solo eso.

Marcos Paradinas es redactor jefe de ELPLURAL.COM
Blog El Día de la Marmota