Calle Marina de Barcelona, altura con Monumental; hay un pequeño quiosco que aún intenta mantenerse digno, aunque el papel ya no venda y las pantallas táctiles hayan desplazado los bolígrafos. Es uno de esos días en los que irremediablemente recuerdas todo aquello que ya no haces: ya no dibujas cada tarde, ya no comes pan recién hecho, ya no vas a comprar la revista una vez a la semana. Ya nadie va al quiosco a no ser que haya salido en el periódico él mismo o alguien conocido. Pero hubo una época en la que sí se iba. En ese momento, recuerdo lo que ya no hago, como leer revistas para adolescentes, y me paro en ese pequeño quiosco de la calle Marina de Barcelona. Cuando quiosco aún se escribía kiosko, yo compraba la SúperPop. Y en ese puestecito de Marina me entra cierta nostalgia de las tardes tumbada en la cama pensando en que quería casarme con un Jonas Brother (Nick, por supuesto). Pregunto por ella, a ver qué me encuentro. El señor que atiende es bastante explícito sobre lo acabada y muerta que está la publicación: katapum chimpún, a tomar por culo se fue. Entre sorprendida por tal lenguaje y apenada por tal pérdida, vuelvo a casa pensando en mi adolescencia perdida. ¡Pero la historia no acaba aquí! Con una rápida búsqueda en Google encuentro la web de la SúperPop y OH-DIOS-MÍO CÓMO PODÍA LEER ESO.

Notícias, colores, nombres y un mareo

No sé ni por dónde empezar. Hay un montón de colores y, francamente, nombres de gente que no me importan. Noticias recientes y horóscopos. Más colores. Y el botón de me gusta de la página de Facebook, donde descubro que hay una compañera de clase de la universidad. No sé qué pensar al respecto. Mirad, mejor no le pregunto y sigo investigando el redescubrimiento del mundo adolescente. La sección de noticias me parece caótica. Se ve que con la edad pierdes la capacidad de soportar los colorines. Es cierto que con 13 años tenía veinte colores diferentes en el estuche y los empleaba según un estricto protocolo. Ahora tengo un único bolígrafo Bic azul sobrio. Supongo que eso también se verá reflejado en la preferencia de prensa. Así que leer las noticias con tres colores diferentes me dejan en la fina línea entre la fascinación y el horror. El lenguaje que se usa me deja pasmada. Me imagino la guía de estilo para los redactores web: Tope como único adverbio de cantidad aceptado; la palabra más no existe, solo el signo +; las exclamaciones son obligatorias cada dos frases. Los mensajes son fáciles pero la manera de contarlo es cercana, intentando ser de calle: parece que el cotilleo te lo cuenta tu amiga con una jerga callejera que escandalizaría a un académico de la RAE.

Dame tests y llámame ilusa

En realidad, lo que me fascinan son los tests. Nada más entrar en la web es lo primero que he hecho. He encontrado uno sobre saber la compatibilidad con tu amor en función del nombre. Pruebo con diferentes amigos: bajas posibilidades. Con un chico llamado Adrià me sale un 58% y abajo reza una recomendación: “Deja que comparta un secreto contigo, entonces comparte tú un secreto con él… y surgirá el amor”. Vaya. Qué fácil surge el amor. Entre anglicismos y neologismos que no acabo de entender (cómo estar in love con el más top) voy haciendo tests y poco a poco voy descubriendo cosas que debería tener en cuenta: que los chicos se fijan en mi capacidad de entenderles, que debería confesarle mi amor eterno a ese chaval con una carta, que mis vacaciones perfectas con un cantante que ni recuerdo el nombre serían en una playa caribeña (si paga él, me apunto) y que le ponen un 9’5 de media a mis besos. Tengo un momento de retroceso brutal después de reírme mucho y recuerdo que estos test eran muy importantes para mí, que de verdad los creía. Cuando me gustaba un chico buscaba todas las señales posibles de que fuera correspondido. Y siempre he vivido en ciudad, no tenía margaritas que deshojar, así que me compraba estas revistas. Cómo enamorarle: y si hacía falta conseguía la mandrágora que decían que necesitaba. Cómo saber si se fija en ti: y me pasaba el día analizando cada mínimo gesto.

Y las revistas marcaron mi adolescencia

Así que tal vez ahora las revistas para adolescentes ya no se publiquen, pero debo reconocerles lo importante que han sido para mí. Ya no las leo, por supuesto, pero las recuerdo con cariño. Tuve una época de querer pertenecer a una masa púber en la que poder dejar libres mis fantasías adolescentes extraídas de películas americanas y esta revista me lo permitió, así que encontré cierto sentimiento de hogar en cuatro páginas saturadas de imágenes. Así que por hoy, en un día en el que recuerdo todo lo que ya no hago, voy a dejar las redes sociales de lado y me voy a sentar a ser adolescente de nuevo. Necesito saber si El Chico Que Me Gusta (ECQMG) está colado por mí y cómo conseguir enrollarme con él después de un finde top: ¡Apostando por mi sonrisa!