Sin llegar a esos extremos, precisamente porque el pensar y el saber nos lleva a la verdad y nos hace libres, reconozcamos que ciertos ámbitos tienden a huir de la razón como del diablo. Recuerdo en este sentido a una maestra, de esas que ponía a dedo la dictadura y cuyos conocimientos no eran mayores que hacer cuatro cuentas, saberse el catecismo al dedillo y dar loa y boato en sus clases a Franco, que nos dijo a un grupo de niños pequeños, ante una pregunta que alguien le hizo, que “pensar mucho nos deja tontos”. Esa afirmación, la verdad, me conmovió y me hizo pensar mucho.
Sirva este largo introito para inducir al lector a una simple duda, no metódica, sino más que razonable y evidente: ¿Cuántos niños no morirían de hambre en los próximos días si el supermillonario coste de dinero público de la próxima visita papal se destinara a socorrer a los países azotados por la hambruna?
En los últimos días un grupo de organizaciones humanitarias, entre ellas Acción contra el Hambre, han traducido en cifras las necesidades más apremiantes de la población africana que actualmente necesita ayuda urgente. Más de un millón y medio de niños están en el llamado cuerno de África en situación crítica de desnutrición. Sólo 40 euros harían falta para que uno de esos niños no muera de hambre. Sólo con 120 euros se equipararía a una familia con herramientas y semillas para ser autosuficiente. Sólo con 360 euros se construye una bomba de agua que abastecería a 1000 personas a largo plazo.
La próxima visita papal le cuesta a las arcas públicas españolas 50 millones de euros según fuentes oficiales; según otras fuentes más del doble, es decir, más de 100 millones de euros. Se trata de una visita privada, financiada con dinero público, cuyo objetivo no parece ser otro que el proselitismo confesional de cara a la juventud, que no escuchará, precisamente, mensajes de solidaridad real ni de respeto al pluralismo, a la democracia ni a los derechos humanos.
Volviendo a la duda razonable, con esos 100 millones de euros no morirían en los próximos días de hambre y desnutrición dos millones y medio de niños, o se dotaría de herramientas para cultivar el campo a 800.000 familias, o se construirían 30.000 bombas de agua que abastecerían a treinta millones de seres humanos. No son números, hablamos de vidas. Que no nos hablen después de humanitarismo, ni de ayuda a los pobres, ni de apadrinamientos de "negritos" previo pago mensual, ni de obra social que queda muy bien como escaparate, ni de ayuda al prójimo, ni de austeridad, ni de amor. Basta sólo con pensar un poco.
Coral Bravo es Doctora en Filología