Sergio Díaz es el autor de la carta ganadora de esta semana, titulada A los de mi quinta. Su misiva quizás no sea de las más alegres que hemos recibido, pero es una muestra de cómo el tiempo no es una constante en progreso, sino que también puede dar marcha atrás y hacernos ver con nostalgia los tiempos en que aún había becas para que los jóvenes conocieran otras tierras y abriesen su mente. Pero todo lo que retrocede también puede avanzar, y esperamos que su carta nos sirva de aliento para ir en la buena dirección. Al menos, a él, le ha valido para conseguir una tarjeta regalo de FNAC valorada en 60 euros.
A los de mi quinta

30 de junio de 2005. En una reunión con profesores y compañeros después de la Selectividad, comenzaba a escribir una nueva página en mi vida, la de mi futuro. Entre valoraciones sobre mi examen, comparaciones, felicitaciones, los ruidos no nos dejaban escuchar con claridad la televisión al fondo de la cafetería. El gran dramaturgo español, Lorca, que había caído en el examen, era casi una sombra de la que habíamos memorizado obras y simbología, pero apenas sabíamos nada de su vida. De repente, con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunciando unas palabras, de repente se hace el silencio y se entreoye la palabra “homosexual” … Esos puntos suspensivos serían el comienzo de una gran reflexión. Por primera vez las minorías sexuales no aparecían estigmatizadas en la televisión, ni representadas vagamente por personajes caricaturescos en los medios. Todo comenzó cuando la orientadora del instituto dijo, con sorpresa: ¡pensé que iba de farol! ¡Nunca creí de verdad que el matrimonio entre personas del mismo sexo pudiera ser realidad en España! ¡Si a los gays y a las lesbianas se les perseguía hasta hace apenas 30 años! La homosexualidad ya no estaba perseguida, pero por primera vez los adolescentes de aquel entonces nos atrevíamos a “salir del armario” y hablar libremente de esas historias vitales de algún tío, algún hermano, algún vecino, algún amigo, incluso de nosotros mismos. Y a la vez conocer mejor a nuestro entorno, dando vía libre a todo tipo de amor.

Éramos el cuarto país en el mundo. Justo el día antes la ley de matrimonio homosexual había sido aprobada en Canadá. Y ahí estaba yo, con mi camiseta de la selección de España, sin saber lo que habría fuera pero contento porque por primera vez iba a visitar ese gran país. Se trata de otra de las características de la década de los 2000, las becas. De esa manera, un joven de clase media-baja y de familia con escasos ingresos podía, gracias a mis esfuerzos académicos, cruzar el charco y realizar un curso de inglés en el extranjero. Mi quinta fue de las pioneras en conocer que había vida inteligente más allá de esta España tan denostada a veces. Aprendimos que hay lugares en el mundo donde cenan muy pronto, más allá de las películas; donde desayunan fuerte pero no obligatoriamente los típicos huevos fritos, y los que aprendimos lo importante que es el respeto a la diversidad allende los mares. Esa quinta de jóvenes que utilizábamos los aeropuertos como espacios comunes para compartir experiencias, sueños, inquietudes, y volver luego a España cargados de recuerdos, como un árbol de Navidad, que nos recibieran con abrazos nuestros seres queridos y regresar a casa más íntegros. Habíamos aprendido a crecer. A valorar lo de fuera que funciona bien y a ser críticos con los que no. A adorar la pluralidad y viajar, conocer, descubrir… Y eso a su vez nos ayudaba a entender mejor lo que era España y a mejorarla.

Fue precisamente gracias a las becas que pude equivocarme, tropezar con una piedra y levantarme de nuevo. Empezar una carrera, descubrir que no es lo mío, cambiar y poder destacar en algo que sí me gusta. Un lujo que en un momento dado dejo de producirse. Pero pertenezco a esa quinta que vio como tuvieron que ampliar el aula asignada en su facultad por recibir, en 2006, más gente de lo esperado. Esa clase trabajadora que por fin podía estudiar sin tapujos. Algunos lo llaman ascenso social. Yo lo llamo como lo hacía Mandela, democracia. Esos eran los años del sueño español, que se vería truncado a partir del año 2009, pero sobre todo 2010, por la crisis económica. Mi sueño, al empezar la universidad, era ser profesor de instituto o, como mucho, una escuela de idiomas. Se trataba de una época en la que se convocaba empleo público de calidad con una frecuencia bastante regular. Estaba dispuesto a encerrarme un año y preparar unas oposiciones que me ayudarían a hacerlo realidad, nada más acabar la carrera. Nada podía hacernos intuir que poco después entraríamos en una de las mayores crisis económicas de nuestra historia. Tampoco se podría intuir que nos estafarían. Mi quinta está hecha de gente como yo, víctimas de un fraude existencial. En 2012 los primeros presupuestos del Gobierno Rajoy cerraban definitivamente la puerta a la empleabilidad en educación.

Pero sin duda la mayor pesadilla que teñía del color de la muerte este sueño español, y que se contraponía al sueño colectivo como país, era la inmigración. Buena parte de estos últimos diez años se vieron marcados por una llegada masiva de pateras en condiciones lamentables a nuestras costas. La labor humanitaria nos puso en el mapa, y los españoles de mi quinta ya no nos asustábamos al ver gente de otros países o incluso de otros colores de piel. Mi propia madre, siempre tan aprensiva con el diferente, se hizo amiga de su compañera de pupitre en uno de los múltiples cursos del paro en los que se embarcó. Se trata de Elisabeth, una madre de familia ecuatoriana que le enseñó que el miedo no sirve para nada y que, sólo cuando nos liberamos de los prejuicios, podemos mirarnos a la cara y conocernos realmente.

30 de julio de 2015. El ambiente de progreso y de igualdad de oportunidades que no tanto tiempo atrás hubo parece haberse evaporado. Una atmósfera de negatividad y de hastío rodea a todas las personas de nuestro entorno. La palabra “crisis” es la más recurrente en conversaciones de ascensor, de autobús y de caja de supermercado. Pero los de mi quinta, que sabemos que las cosas pueden ser de otra manera, no nos resignamos. La precariedad es una constante en la vida de todos, y desde 2011 tenemos la sensación de estar bajo un gobierno que prometía la recuperación, el de Mariano Rajoy, pero que lejos de ello ha empeorado la emergencia social y nos ha dejado abandonados a nuestra suerte. Venimos de unas elecciones municipales y autonómicas con una victoria clara de la izquierda que, aunque dividida, empezaría a gobernar. Pero, ¿es este el modelo que queremos perpetuar? ¿Es eso suficiente? Ante los dramas contemporáneos y el pesimismo generalizado, esta quinta de jóvenes españoles que salió, luchó y volvió, grita sin descanso, mirando diez años atrás: ¿hasta cuándo?

Muchas gracias a todos los que habéis participado. La semana que viene repartiremos un nuevo cheque. Si quieres participar, envíanos tu carta. La mejor, más original o emotiva será premiada con un cheque de 60 euros de FNAC.

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