“Varón de entre 74 y 75 años de edad, de entre 165 y 170 centímetros de estatura y entre 60 y 70 kilogramos de peso. Calzando un 43 europeo (aprox). Calvo con pelo corto. Atlético. Piernas con rojeces oscuras por la circulación (…)”. Esta es solo una de las descripciones que aparecen volcadas dentro del sumario de la macrocausa de la DANA que se está instruyendo en el juzgado de primera instancia nº3 de Catarroja (Valencia). Solo una de las historias de quienes, desesperados, denunciaron el fallecimiento o la desaparición de sus parejas, hijos, padres o amigos. De quienes, en un instante, trataban de reconstruir mentalmente cada detalle de la persona a la que buscaban de forma agónica tras haber perdido su rastro tras un móvil comunicando, un grito de auxilio o un rutinario beso de despedida para ir al trabajo.
El sumario está plagado de atestados policiales, denuncias por desaparición, autopsias, fotografías y actas por levantamientos de cadáveres. Solo el primer tomo consta de 322 páginas. Un montante nada desdeñable que, no obstante, está dedicado principalmente a presentar de forma escaneada todas las pruebas, denuncias y actas realizadas por la Policía Nacional, los servicios de Emergencias, la UME, las funerarias, los expertos de la Científica o el Centro Nacional de Desaparecidos.
Un trabajo ingente de documentación que recoge la pérdida en su expresión más cruda: la de los fallecidos, con testimonios sobrecogedores de quien aún no ha acabado de llorar la pérdida; y la de los desaparecidos, con denuncias de quienes piden ayuda entre la más que previsible evidencia de la muerte y el pequeño halo de esperanza de que el teléfono no venga acompañado del pésame. “Nariz aguileña. En un pie tiene seis dedos (no puede precisar en cuál). Orejas separadas. Ojos abiertos. Cejas muy pobladas”.
Fríos datos que resumen una vida. Rasgos físicos en algunos casos acompañados de la descripción de la vestimenta que llevaban aquel día, del último lugar en el que se vio al afectado, del testimonio de un tercero o de la triste evidencia de que se encontraba solo, sin familia o separado de ella: “Vivía en la calle. En los últimos años le consta que consumía heroína. Desde mayo no lo ve. Él solía estar para dormir en el Consum de Catarroja y en el centro de Valencia”. Historias y nombres concretos que ElPlural.com no reproduce por respeto al dolor de las familias.
Denuncias que, además, en el caso de los desaparecidos, tanto para la búsqueda activa como para el primer triaje en el reconocimiento del cadáver, no acababa con la denuncia, como se desprende de la cantidad de información y test que debían rellenar y aportar los familiares a petición tanto de la Policía Científica como del Centro Nacional de Desaparecidos, también dependiente del Ministerio del Interior.
Sin descanso con los desaparecidos
“Como procedimiento general, si la persona no reintegra y continúa desaparecida tras un periodo de tiempo, puede ser requerido por la policía científica para ampliar los datos o recabar efectos que permitan la identificación (…) por este motivo, se le recomienda que trate de recopilar la máxima información que pueda en el menor tiempo posible”.
Con ese mensaje, los familiares o amigos de personas desaparecidas se veían motivados a pormenorizar todo tipo de detalles recogidos en un formulario de once puntos: datos sobre particularidades físicas como manchas en la piel, lunares, fracturas, amputaciones…; piercings y tatuajes; descripción de la vestimenta; joyas y bisutería que portaba; documentación; fotos recientes, tanto del rostro como cualquier otra que pueda tener valor identificativo; radiografías dentales; informes médicos y radiografías que posea de anteriores intervenciones quirúrgicas, así como cualquier tipo de prótesis; documentos en los que aparezca cualquier impresión dactilar; objetos susceptibles de contener ADN (cepillos de dientes, peine, etc.) y datos sobre otros familiares que puedan tener información sobre el paradero de la persona ilocalizable en el momento de la denuncia.
Mismo documento y decenas de personas afectadas. Al igual que con el test realizado por el centro de desapariciones, protocolario pero igualmente doloroso en un caso como el de la DANA. 49 preguntas que desgranan a una persona. Interrogantes que van desde lo rutinario -en qué país se encuentra, si tiene trabajo o si tiene antecedentes- hasta lo personal, tanto que en algunos casos solo un narrador omnisciente podría contestar por otra persona: “¿Se sentía en peligro físico o psicológico?”, “¿puede querer evitar algún tipo de responsabilidad familiar?”, “¿tiene dificultades para aceptar su nuevo lugar residencial/núcleo familiar?”.
Un trabajo de meses resumido en varios tomos de un sumario que constata que si la alerta hubiese llegado antes muchas vidas no estarían ahora archivadas y correctamente indexadas en dependencias policiales y judiciales. Un trabajo con el nombre de los 224 fallecidos y en el que se investiga quién está detrás del “homicidio imprudente” y la “actuación negligente” que se llevó a cabo aquel fatídico 29 de octubre. Una búsqueda de la verdad y la reparación para quienes, como un vecino de Catarroja que perdió a su madre mientras agotaba su jornada en la tienda que regenta, siguen soñando que "quieren escapar y correr del agua”.