Los deberes llevan más de un siglo siendo uno de los principales temas de discordia en la Eduación. Así lo recuerda Carl Honoré, el periodista canadiense que documentó el movimiento Slow en su libro Elogio de la lentitud, en otro de sus títulos, Under pressure, dedicado a analizar si los padres actuales tienden a sobreproteger a sus hijos, basándose en investigaciones que el autor ha desarrollado en varios países.

La Iglesia dio la primera voz de alarma

Las primeras críticas contra los deberes llegaron a comienzos del siglo XX desde la iglesia y las familias, que se quejaban de que los deberes rompían la unidad familiar. En 1911, se desató, en sesenta y dos ciudades de Inglaterra, la primera huelga de deberes de las escuelas británicas. Muchas escuelas pasaron entonces a limitar el trabajo escolar a las horas de colegio, y aquello marcó un punto de inflexión, pues el debate trascendía a la esfera académica. Centros urbanos prohibieron los deberes, y como reacción, las instituciones públicas y gubernamentales comenzaron a abordar también la discusión, aunque defendiendo los deberes.
El tema volvió a ponerse de moda en Estados Unidos durante la Guerra Fría, hostigado por el miedo nacional a que los profesionales de la Unión Soviética aventajaran a los estadounidenses. En concreto, según Pequeña historia de los deberes, un libro publicado en 2002 por Reyes Hernández Castilla, Ruth Martínez y Virginia Risueño, el lanzamiento ruso del primer satélite artificial, el Sputnik, puso también en órbita la idea de que las tareas escolares debían ocupar tiempo en casa, justificadas por una búsqueda de la excelencia académica que acabó impregnando también las escuelas europeas.
Y aunque en la década de los 70 y 80 se alzaron de nuevo voces protestando por el cansancio al que se sometía a los niños -en España, en 1984, la Dirección General de Educación Básica llegó incluso a prohibir la tarea de casa-, a juicio de Honoré, la idea de la sobrepreparación ya había calado en un mundo cada vez más competitivo y tecnológico, y los deberes se han acabado concibiendo, más que como una manera de afianzar el conocimiento, como un símbolo de estatus.
A su juicio, tenemos la sensación de que altas cargas de deberes se traducirán en éxito profesional.

Disparidad por países

Hoy, las diferencias entre las opiniones de los científicos y el modus operandi en los distintos sistemas educativos son notables. Según el informe PISA, que publica la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), en Europa se asigna a los alumnos de 15 años entre 3,7 horas (en Finlandia, país que no tiene rival en los resultados de este informe), y 10,5 horas (Italia) de deberes semanales.
En el caso de España, donde, a diferencia de otros estados, la ley de educación (LOMCE) no prescribe a los colegios los deberes que han de encargar a los estudiantes, los alumnos dedican 6,5 horas semanales, frente a las 4,8 de media entre los países industrializados.

Resultados variables

¿Y si se decidiera la oportunidad de los deberes por su utilidad? En el libro Under pressure de Honoré, se recoge un estudio reciente realizado sobre 6.000 alumnos estadounidenses, que concluyó que aquellos que habían hecho, a los once años, treinta minutos de deberes de matemáticas cada noche, con quince años superaban, en resultados académicos, a sus compañeros. Sin embargo, dos profesores de Pensilvania que compararon notas de ciencia y matemáticas, obtuvieron resultados opuestos en cinco Estados distintos.

No parece haber, pues, una causa - efecto, pero sí un exceso de deberes.

Fijándonos en los alumnos españoles, no destacan en mediciones habituales como el Informe PISA, y eso que las horas de deberes han llegado incluso a enfrentar a las dos principales asociaciones de padres españolas, la Ceapa y la Concapa, y se han planteado quejas entre los padres por estrés de sus hijos, como la petición que el pasado año presentó Eva Bailén, una madre preocupada por la ansiedad que a su hijo de diez años le causan las dos o tres horas de trabajo extra que se trae a casa tras la jornada escolar de siete, por medio de una petición de firmas en Change.org, “Por la racionalización de los deberes en el sistema educativo español”. Incluso el Libro Blanco de la Educación, que el Ministerio de Educación encargó a José Antonio Marina, levantó polvareda cuando el filósofo defendió que no era necesario más de un cuarto de hora de deberes diario para los alumnos de Primaria, y no hay necesidad de aumentarles las horas cancelando así sus posibilidades de jugar o hacer otro tipo de actividades.

Desigualdad social

Así las cosas, sin aparente confirmación científica que avale el beneficio de los deberes en el proceso pedagógico, en el mencionado informe de la OCDE, se añade otro punto en contra para los deberes, atribuyéndoles un riesgo de alimentar la desigualdad social.

Según el texto de la publicación, los estudiantes “pueden encontrar grandes dificultades para hacerlos si no disponen de un espacio relajado y ordenado para ello, si cuentan con otras responsabilidades familiares o, incluso, si los padres no se encuentran preparados para guiarlos o motivarlos en este proceso debido a obligaciones laborales o falta de recursos”.

Cuestión de edad

Con todo, el planteamiento de deberes sí, deberes no, posiblemente sea una cuestión de edad. Carl Honoré no niega por completo su utilidad, y de hecho ve claras ventajas en las tareas para edades tempranas. De sus observaciones extrae que entre los niños muy pequeños hay grandes diferencias en la capacidad de aprendizaje, lo que complica la homogeneización de las herramientas educativas. "Hay niños muy pequeños capaces de asimilar información. Pero otros, hasta los siete, tienen dificultades. Por eso, los deberes a estas edades serían inútiles en muchos casos. Hay estudios, incluso, que señalan que jugar y socializarse es lo más fructífero en estas etapas”. Esto explica, por ejemplo, que en Alemania los niños no comiencen en el colegio hasta los seis años, o que en Finlandia los niños aprendan a leer con siete.

Lo que se suele aconsejar en niños de esta horquilla de edad es empezar a familiarizarse con los dominios instrumentales básicos, como la lectura, escritura o cuentas y a veces se recomienda que hagan pequeñas tareas en casa para reforzar y sobre todo para prácticas, pero se trataría de pequeñas tareas de afianzamiento, porque el niño todavía está en edad de jugar, y debe hacerlo todos los días y todo lo que pueda, no debe dejar de jugar por hacer tareas. En Secundaria ya es otra cosa. Los contenidos ya son más precisos, y se hace necesaria una labor de estudio individual, que prepare para los exámenes. Eso sí, de manera racional, e incluso incorporando fórmulas próximas a sus herramientas actuales, como las tecnologías o los videojuegos. ,