Vox ha afirmado que el “pin parental es una solicitud que va dirigida a los directores de los centros educativos​ en los que estudian nuestros hijos, con tal instancia solicitamos a la dirección que nos informe previamente, a través de una autorización expresa sobre cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones morales socialmente controvertidas o sobre la sexualidad, que puedan resultar intrusivos para la conciencia y la intimidad de nuestros hijos”.

Murcia será una de las Comunidades Autónomas pioneras en poner esta medida en marcha, aunque el Gobierno central ya ha asegurado que da un plazo un mes para retirar esta medida, antes de emprender un proceso judicial. Del mismo modo, en Madrid se paralizarán los presupuestos si no se consigue esta medida, y en Andalucía se ha incluido como medida para aprobarlos, en ambos casos requerida por el partido de extrema derecha. Todo ello ha causado un gran revuelo y ha provocado la reacción de muchos ciudadanos. Un testimonio que no ha dejado indiferente a nadie es el del periodista Raúl Solís en su artículo de opinión en La Voz del Sur, titulado "Con pin parental, yo me habría suicidado a los 16 años".

 "El pin parental no es libertad, sino negar que los hijos de padres conservadores tengan derecho a encontrar en el instituto a un profesor como Manolo que les haga entender que la vida también les pertenece, que nadie merece sentirse sucio por su orientación sexual y que no hay doctrina moral ni Dios que valga más que la felicidad de un niño de 16 años que ha pensado que quitarse la vida sea quizás la mejor forma de ponerle fin a tanta incomprensión y sufrimiento", comenta el periodista en su artículo.

Su estremecedor testimonio comienza así: "Crecí en una familia que no era muy católica ni de derechas, aunque profundamente conservadora en asuntos morales como se era conservador en la Extremadura que nací en 1982, donde ser homosexual era peor que ser drogadicto. Lo sé porque de pequeño escuché muchas veces a mis padres afirmar esa comparación entre la orientación sexual y la adicción a las drogas". Continúa comentando su dura experiencia personal con relatos como: "Con 15 años dejé de salir de casa. Es decir, dejé de tener amigos, de quedar los fines de semana y de desarrollar una vida social normalizada como un adolescente de esa edad. Iba a todos sitios solo porque tenía miedo a que cualquiera descubriera mi secreto, se chivara a mis padres y éstos me echaran de casa con lo puesto y una paliza de regalo. Me acostaba por las noches y rezaba mucho para amanecer heterosexual o simplemente no amanecer".

Pero esta etapa de sufrimiento en la que Raúl Solís llegó a pensar en suicidarse, llegó a su fin cuando se topó con su salvador, su profesor de Religión: "Tenía 16 años cuando Manolo, el cura de mi instituto que daba la optativa de Religión, me dijo que tenía derecho a ser feliz, que la vida me pertenecía y que nadie poseía la autoridad moral para hacerme daño por mi orientación sexual. Mis padres no cambiaron su opinión de la homosexualidad, pero yo sí y al cabo de los años fui capaz de que mis padres me vieran como normal".

Este caso es solamente uno de los que han acabado bien. Son muchos los niños y niñas que no sienten esa seguridad necesaria, o que no encuentran a una persona que les ayude, para compartir su orientación sexual, porque tienen miedo a la reacción de sus familiares, pero también de la sociedad. Las charlas y talleres que se imparten en los colegios e institutos pueden ayudar a estos niños a ver la normalidad de sus sentimientos y orientaciones, quitarles los miedos y sacar a la luz lo que sienten, sin ser juzgados por nadie. La homosexualidad es una orientación sexual igual de válida que la heterosexualidad y optar por medidas educativas que contribuyan al retroceso en este aspecto, es dar un paso atrás en la historia de la lucha por los derechos LGTBI. Y a pesar de la dura infancia y adolescencia que este periodista homosexual vivió no duda en comentar: "Ahora que escribo esto me entra un escalofrío que me retrotrae a hace 20 ó 25 años y no se lo deseo a nadie, ni siquiera a Santiago Abascal o a Pablo Casado, que estos días con su pin parental me han hecho volver a mi adolescencia llena de dolor, soledad y abandono por un entorno educado en el odio al maricón".