La guerra de Ucrania, como hizo la pandemia del coronavirus, está nuevamente mostrando la fragilidad del mundo en el que vivimos. Si bien ambos hechos históricos apenas guardan similitudes en lo estrictamente social -la primera ha sido decisión directa de una persona, en este caso de Vladimir Putin, y la segunda se torna a todas luces mucho más impredecible, si cabe-. Con todo, estas y otros hechos como el cambio climático tienen consecuencia directa sobre determinadas cuestiones, siendo una de las más destacables y, a veces, menos destacadas, algo tan simple a priori como seguir una dieta equilibrada.

A muchas familias se les vuelve complicado llenar como les gustaría la cesta de la compra. Esta es una realidad. España está tomando medidas ante la inflación desbocada, y también sus compañeros europeos, pero la presión es fuerte y el escenario no dejaba de ser inimaginable. En este sentido, dos de cada cinco personas no pueden permitirse una dieta saludable en territorios del continente. “La inflación de los costes de ésta es superior en muchos países al 5%”, recuerda Anna Bach, directora del Máster en Nutrición y Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). De hecho, este es el caso de España, donde la inflación registrada en el sector Alimentos -no así en Vivienda y Transporte- es la mayor desde que se tienen datos (enero de 1994) y se sitúa en el 14,4%.

Desde luego, la mal llamada generación de cristal se ha visto condenada a vivir una crisis detrás de otra. Momentos delicados que han tenido -y tienen- efectos negativos en una persona a veces y en familias completas, otras. Después de la recesión de 2008 y cuando parecía que la situación recobraba cierta normalidad llegó el Covid y, ahora, una guerra a las puertas de Europa. Dos hechos a los que, como estima esta experta, hay que sumar otros que, parece, se quedarán con nosotros si no invertimos rápidamente la situación. La crisis climática lleva tiempo postulándose como uno de ellos.

Es la pescadilla que se muerde la cola. “Los niveles de inflación nos pueden afectar a todos los niveles, y puede afectar más a los más vulnerables. El aumento en los costos de los alimentos suele provocar cambios en la cantidad y tipo de alimentos adquiridos”, apunta Bach. “Se puede dar un consumo menor de alimentos y/o la sustitución de alimentos más caros por otros de menor costo que, por lo general, son menos nutritivos. Estos cambios, de mantenerse por un período prolongado, pueden tener consecuencias negativas", prosigue.

En una dirección concreta, la inflación guarda relación con la obesidad porque “cuantos menos recursos hay más tendencia a consumir frecuentemente refrescos, bollería, snacks y en general alimentos ultra procesados que se pueden adquirir a precios más reducidos”. De hecho, los problemas pueden venir “a largo plazo”, aunque en un principio no los notemos, advierte asimismo la también profesora de Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y Vocal de Alimentación del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Barcelona.

La inflación, la ‘transición’ alimenticia y la Dieta Mediterránea

Pero la inflación no es el origen de todos los males. Tampoco es ningún secreto que la Dieta Mediterránea (DM) es una de las más ricas del mundo, si no la más, y también la más afectada por el problema de los precios, como explica Bach a este medio. Todo ello en el marco de una transición hacia la “occidentalización” de los patrones alimenticios que se debate a medio camino entre las generaciones más jóvenes y/o las de menores ingresos y que ahora también se agrava en muchos casos. El hecho que se desprende de lo expuesto por la especialista en nutrición y salud no deja de ser llamativo asimismo en lo que se refiere al consumo de carne en la actualidad, habiendo sido este un tema que ha generado debate en los últimos meses.

“Se ha desplazado el consumo de productos básicos (cereales, frutas y verduras) hacia alimentos que son considerados de mayor valor, como son las carnes y los lácteos, y también hacia alimentos más procesados. La evidencia apunta a que el consumo elevado de ello se asocia a un mayor riesgo de enfermedades crónicas. Si esta tendencia se junta con el mayor coste de los alimentos básicos puede comprometer el acceso a los que componen a la Dieta Mediterránea y no deberían faltar en nuestra cesta de la compra”, apunta.

Con todo, destaca Bach, la guerra sería la punta del iceberg, aquella que agrava una situación que ya se venía dando. No quiere decir esto que no tenga consecuencia, pues la tiene, y mucha, especialmente en los países subdesarrollados que, como pasó en la pandemia y sucede históricamente, son los grandes perjudicados y a los que, a veces, menos miramos.

“El estatus socioeconómico y el grado de formación académica pueden modular los efectos del precio de los alimentos en las decisiones de compra de los mismo. Los cambios sociales, económicos, ambientales y tecnológicos de la sociedad actual, buena parte fruto de la globalización, han propiciado un mayor consumo de procesados que, junto con la modernización en la planificación urbana y los transportes han colaborado en aumentar el índice de masa corporal (IMC) de buena parte de la población”, desliza. “Y el acceso limitado a los alimentos saludables y lugares seguros para poder hacer ejercicio al vivir en áreas desaventajadas socioeconómicamente podían explicar el aumento de peso que sufrían las personas con bajos ingresos”. Todo ello, subraya, tiene también impacto: “Incluso la guerra, además de tener un impacto directo en el precio de los alimentos básicos, lleva a los países en vías de desarrollo a sufrir más hambre, inseguridad alimentaria y desnutrición”.

¿Comemos bien los españoles?

La comida española y, en realidad, la mediterránea, es también considerada para muchos la mejor. Incluso por gente que viene de otros lugares. Esta es seguramente una de las máximas más extendidas de nuestro país y de la que, sin duda, hay que sentirse orgullosos.

Pero tener lo mejor no siempre implica hacer lo correcto. En este sentido, España es, según el Informe Regional Europeo de Obesidad 2022, una de las naciones del entorno con mayor prevalencia de la obesidad infantil: “Ya antes de tener este incremento en los precios los datos corroboraban que la dieta de muchos españoles no es del todo equilibrada”. Así las cosas, una vida excesivamente sedentaria o un “ambiente obsogénico” favorecen también la aparición de esta lacra que la directora del Máster en Nutrición y Salud de la UOC califica como la “epidemia del siglo XXI”.

Revertir la situación

En la actual legislatura, la derecha y la extrema derecha se lanzaron en tromba contra el Gobierno de coalición y, más concretamente, contra el ministerio de Consumo liderado por Alberto Garzón, por emplazar a reducir el consumo de carne. Los expertos se sitúan también lejos de los políticos conservadores de nuestro país en este sentido -como ya se ha evidenciado- y apoyan esa reducción, por razones que pasan por la prevención de enfermedades o una colaboración ecológica.

En este sentido, la experta de estas líneas apunta directamente a la concienciación de los gobiernos sobre la importancia de una dieta equilibrada y que estos respalden “una alimentación suficiente, completa, equilibrada, satisfactoria, segura, adaptada al comensal, al entorno, sostenible y asequible” y un “sistema alimentario, cuya producción y consumo proteja la biodiversidad”, así como “un consumo diverso, recuperando platos y técnicas de elaboración tradicionales”.

 Por supuesto, la dieta debe ser “accesible para todos tanto en cantidad como en calidad”, porque tan importante es la una como la otra: “No sólo debemos tener presente qué alimentos escogemos, sino también la cantidad que ingerimos de cada uno, cómo están preparados y cómo, dónde y cuánto tiempo dedicamos a comer o el ambiente del espacio donde estamos (…) Pero ni el coste económico, ni alternativas alimentarias sin fundamento deben suponer un obstáculo para el acceso a los alimentos básicos”.

Evidentemente, la tarea que tienen por delante los Ejecutivos no es fácil, pero se puede llevar a cabo y hacer especial hincapié en los grupos vulnerables: “Tenemos que continuar implementando los mecanismos legales existentes y creando otros necesarios para ayudar a cubrir las necesidades alimentarias, higiénicas y médicas de las poblaciones inmersas en conflictos bélicos, de las desplazadas, y de todas las vulnerables, sin distinción. Hay que adoptar medidas y acciones solidarias que puedan servir de precedente y guía para futuras generaciones que tendrán problemas similares a escala global, como por ejemplo guerras, crisis económicas, catástrofes climáticas y pandemias, en que las fronteras físicas cada vez les protegerán menos”.

Nosotros mismos, como individuos, también tenemos al alcance realizar “pequeños gestos” que significan mucho y que son sobradamente conocidos: comer más frutas y hortalizas, legumbres y frutos secos, cambiar a agua y alimentos de temporada, mantener el aceite de oliva como sello de identidad y evitar el exceso de azúcar, sal y carne roja y procesada, entre otros. A veces, adoptar los hábitos saludables por una persona tampoco es fácil, pero existen guías que ayudan a ellos. En este caso, Bach recomienda la Guía de alimentación saludable y económica para las familias con niños del Ayuntamiento de Barcelona.

Riesgos para toda la salud

Los efectos en la parte física son más nombrados, pero los estudios también demuestran que una incorrecta alimentación puede tener problemas sobre la salud mental, pese a que hay enfermedades cuyo origen aún no está claro. “Las investigaciones muestran que la dieta típicamente occidental (que incluye alimentos procesados como las salchichas, patatas fritas, comida rápida, dulces, pasteles, carne procesada, queso alto en grasa, etc) está asociada con un mayor riesgo a sufrir síntomas depresivos o depresión. O que la carne roja y la carne procesada se asocia con un mayor impacto a la inflamación sistémica”.

Hay apuntes muy concretos en este sentido, como el redactado en el American Journal of Psychiatry y que recoge Bach. Según éste, “una dieta proinflamatoria se asocia con un riesgo significativamente mayor de depresión mientras que alimentos de menor impacto sobre la inflamación sistémica como verduras, cereales integrales, el aceite de oliva y el pescado se asocian a un riesgo más bajo de depresión”.

En resumen, varios aspectos a destacar: es necesaria la colaboración de todos -organismos oficiales y, cuando es posible, de los individuos-, la dieta Mediterránea es mucho más favorable que la dieta Occidentalizada o Western, en “ningún caso” puede una persona encontrar obstáculos para mantener una dieta correcta y “apostar por una alimentación saludable y sostenible es invertir en salud”.