José Luis Malo de Molina, histórico director del servicio de estudios del Banco de España, ha fallecido este miércoles a los 73 años de edad. Se había jubilado hace nueve años al cumplir los 65 años, tras décadas siendo una figura muy relevante en la definición de las políticas económicas del país.

De Molina abandonó la jefatura del servicio de estudios del Banco de España en 2015, tras tomar las riendas del mismo en 1992. Fue desde 1998 y hasta su salida cuando compaginó el cargo como miembro alterno al gobernador en el Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo.

Entonces,  pasó a ser asesor para Asuntos Monetarios y Financieros Europeos en la Representación Permanente de España ante la Unión Europea, con sede en Bruselas. Su sustituto en el servicio de estudios fue Pablo Hernández de Cos, actual gobernador de la institución.

Nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1950, Malo de Molina ingresó en el Banco de España en 1989 como economista al servicio de estudios. Entre 1987 y 1992 fue jefe de estudios monetarios y financieros en la institución. Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), entre otros méritos profesionales también fue presidente del Comité Científico de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) y miembro de su Patronato (1992) o presidente de la Ponencia del Plan Estadístico Nacional (2005-2008). Además participó en el grupo de expertos nombrado por el Gobierno español en 1987 para el estudio de los problemas del desempleo en la economía española.

Malo de Molina permaneció en la escuela de economistas que tuteló el gobernador Luis Ángel Rojo en los años 60 y 70, cuando era catedrático de universidad, y ha sido este perfil de la escuela keynesiana la que ha regido el servicio de estudios del banco central prácticamente desde que el propio Rojo fue nombrado director.

En la época de Malo de Molina al frente del Banco Central, éste alcanzó una gran dosis de influencia respecto de todos los gobiernos, incluidos los conservadores. No obstante, conviene recordar su proyección, que ha sido muy alargada. Participó como economista en los Pactos de la Moncloa por parte del partido comunista.

En este entonces, su aportación a los acuerdos fue convencer a la izquierda de que era razonable fijar los salarios con la inflación esperada en lugar de con la pasada para que no se enquistara la espiral de precios.

Cabe rememorar cómo en una conferencia en 2019, ya jubilado y retirado del espectro público, habló sobre el estallido de la burbuja: “Se pensaba que habíamos alcanzado un estado idílico de crecimiento en el que no había inflación y los ciclos desaparecían. De ese espejismo pecamos todos (...) Se desdramatizó el aumento de la deuda. Y contemplamos con complacencia y conformismo como si el endeudamiento se pudiese mantener sin límites. Llegamos a una crisis internacional, pero habíamos hecho méritos para ser más vulnerables”, señaló acerca del 'boom' imbobiliario y la consiguiente crisis del ladrillo posterior.

Sin embargo, su gran preocupación estuvo fijada en el mercado de trabajo. Tal y como remarcó en multitud de ocasiones, desde la Transición, la tasa de paro española superó hasta tres veces las cotas del 25%. Un aspecto sobre el que centró su tesis doctoral: el modelo salarial del franquismo. Según explicaba Malo de Molina, la crisis de la década de los años ochenta culminó al facilitar la contratación temporal. “Pero creamos otro problema, el de la dualidad entre temporales e indefinidos, un sistema muy rígido y muy flexible a la vez”, defendía. Motivo por el cual, el histórico economista siempre vio con buenos ojos la reforma del mercado de trabajo sin rehacer las fórmulas que antaño funcionaron.

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