En esta semana una expresión ha copado los titulares políticos “tirar de la manta”. Se teme que lo haga Bárcenas con el PP y se amenaza a Ciudadanos hacerlo este sábado día 2 de junio. Por ello, y echando mano de la historia, hablamos hoy de “los que tiraron de la manta”, una maniobra con siglos de historia y que afectó a la política, la monarquía y la iglesia.

En el siglo XVI los contubernios políticos entre el rey Felipe II, desembocaron en la muerte de su secretario Juan de Escobedo y la acusación de traición, asesinato y herejía sobre el también secretario Antonio Pérez

A decir verdad poco sabemos de lo que sucedió realmente, entre otras cosas porque la declaración de Antonio Pérez se logró bajo tortura y la acusación de herejía parece más una estrategia judicial que un cargo probado.

Pero ¿por qué inventarlo? Bueno, la razón era sencilla, al haber trabajado para la alta política, el secretario Antonio Pérez conocía todos los atajos legales con los que zafarse de la justicia, de este modo se amparó en los fueros de Aragón y se acogió a sagrado logrando pasar a Francia donde despotricó todo lo que quiso sobre el gobierno de España.

Enrique IV de Francia y más tarde a Jacobo I de Inglaterra sacaron tajada de Pérez, pero pronto terminaron despreciándole. Y aunque Pérez tendría razón en algunos de sus argumentos, sus exageraciones llegaron a tal punto que solo fueron creídas por historiadores poco serios dando pié a la Leyenda Negra.

El emblema familiar de los Pérez como guardianes de secretos (con el minotauro pidiendo silencio), fue transformado (con el minotauro dando voces) por el secretario de Felipe II al verse traicionado por el gobierno de España.

Llegado el siglo XVIII, la manta se destapó contra la Inquisición, y como siempre, por parte de uno de sus miembros, en este caso hablamos de Juan Antonio Llorente, comisario del Santo Oficio y secretario supernumerario de la Inquisición de Corte.

¿Cómo surge entonces la desavenencia entre el inquisidor y el Santo Oficio? El origen habría que buscarlo en 1793 cuando el inquisidor general le encargó un informe sobre el procedimiento judicial de sus compañeros. Lógicamente en un tribunal de esta calaña salió un informe muy poco honroso, tanto como para que el ministro Jovellanos elevase al rey una queja sobre el proceder de los inquisidores.

Juan Antonio Llorente, pintado por Goya, pasó de ser comisario de la Inquisición a convertirse en su mayor detractor

Desde entonces Llorente fue vigilado con lupa y pronto le implicaron en tramas políticas con las que poder desterrarlo defenestrando así su imagen. Lo que nadie esperaba es que unos pocos años después llegaría Napoleón y con él desaparecería el Santo Oficio.

Llorente aprovechó entonces para publicar su obra cumbre Historia crítica de la inquisición española en el que no dejó títere con cabeza. La monarquía por su parte también tiene sus expertos en tirar de la manta, y en esta ocasión lo vemos con la infanta Eulalia de Borbón, hija menor de Isabel II. 

Eulalia de Borbón, la llamada Infanta feminista, acabó muy harta de la familia real

Que harta de la hipocresía palatina y la doble moral de su familia terminó publicando unas memorias (A lo largo de la vida y La vida en la Corte desde dentro) en las que no se cortó en reconocer ser hija de una aventura extramatrimonial de la reina o que su marido Antonio de Orleans y Borbón era un adultero y un manirroto.

Como vemos una vez abierta la caja de los escándalos es muy difícil cerrarla, y algo así le debió pasar a Eulalia extendiéndose la polémica  a su hijo menor, Luis Fernando de Orleans el cual más allá de su carácter juerguista terminó acusado de tráfico de drogas.