Es difícil resistirse a las patatas fritas. Un aperitivo de bajo precio y de multitud de sabores que encontramos en cualquier situación y a cualquier hora. Sin embargo, las bolsas de patatas son lo primero que deberíamos eliminar de nuestra dieta a poco que nos preocupe nuestra salud.

Son numerosos los estudios que demuestran los problemas que el consumo de este tentempié provoca en nuestra salud, incluso más graves que los generados por refrescos azucarados, carne procesada o comida rápida como kebabs, hamburguesas o perritos calientes, tal y como afirma un estudio realizado sobre 120.000 participantes por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. El epidemiólogo de la misma universidad, Eric Rimm, identificaba recientemente en un artículo del The New York Times la ración exacta de este snack para no sufrir sus graves consecuencias: seis patatas.

En la misma línea, el catedrático de Medicina Preventiva de la Universidad de Navarra, Miguel Ángel Martínez-González, asegura que "la ingesta de patatas fritas está más relacionada con la ganancia de peso que comer bollería, galletas y pasteles".

También advertía de los riesgos de las patatas fritas el estudio realizado durante ocho años que publicaba The American Journal of Clinical Nutrition, que confirmaba que aquellos sujetos que comen patatas fritas más de dos veces a la semana duplican las posibilidades de tener una muerte prematura.

Igualmente, la nutricionista Marián García advierte de lo poco saludable que es la fritura, y señala que, a parte del 30% de grasa y los hidratos de carbono, las patatas fritas no aportan ninguna beneficio nutricional. En consecuencia, asegura que "no tocaría ni con un palo las que saben y se parecen a cualquier cosa excepto a una patata frita", las que venden bajo la etiqueta de 'light' o, en general, las que venden en supermercados.

Las únicas patatas fritas que salvaría de la quema son las elaboradas exclusivamente con patatas, aceite de oliva y sal. Y aclara: "A ser posible, la mínima cantidad de sal".