En Bélgica, las patatas fritas, icono gastronómico e insólita fuente de disputas con Francia, constituyen uno de los pocos elementos identitarios que flamencos y valones abrazan sin reticencias. Y es que las patatas fritas siempre están de actualidad en este pequeño país del norte de Europa, tanto por su progresivo reconocimiento cultural como por el debate que suscitan con Francia.

El pasado 1 de agosto, Día Internacional de las Patatas Fritas, el periódico galo Le Figaro publicaba una entrevista al historiador gastronómico Pierre Leclercq, que situaba el origen de las frites en el París del siglo XIX.
Pero, según el Fritesmuseum, el único museo dedicado a este tubérculo, ubicado en Brujas, la leyenda popular en Bélgica sostiene que nacieron en el siglo XVII durante una helada que impidió la pesca en el río Mosa, y que llevó a los pescadores belgas a cortar patatas en forma de pequeños peces. Además, ese mismo día las famosas frites, vendidas en miles de friteries belgas desde finales del siglo XIX, se colaron en la actualidad comunitaria: en la rueda de prensa diaria de la Comisión Europea dos periodistas se enzarzaron en un debate sobre su origen ante la posibilidad de que la UE les otorgase protección geográfica.


Un asunto sobre el que la CE prefiere no especular


Pese a no haber ninguna petición al respecto en curso, Bruselas prevé la posibilidad de otorgar privilegios a determinados productos gastronómicos locales en la Unión Europea -en tanto que indicaciones geográficas protegidas, denominaciones de origen o especialidades tradicionales garantizadas-, lo cual supondría una grave estocada para aquellos que defienden su esencia francesa. La UE ya estuvo en el punto de mira de los belgas cuando, en 2017, la Comisión sugirió la prohibición de la doble fritura para reducir la acrilamida, un químico cancerígeno que aparece en alimentos ricos en almidón si se fríen a altas temperaturas, según la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).

El trío de ases de la gastronomía belga


En un país ampliamente dividido, las patatas fritas constituyen uno de los pocos elementos identitarios que flamencos y francófonos comparten sin reservas. Junto con la cerveza y el chocolate, las patatas fritas son la trilogía de la gastronomía en Bélgica, donde popularmente se llaman frites, en francés, o frietjes, en flamenco. La expresión french fries (patatas francesas), como se denominan en Estados Unidos, surgió en la Primera Guerra Mundial, cuando al parecer unos soldados valones, hablando en francés, ofrecieron degustarlas a los militares americanos.


Tras su introducción por el Gobierno en 2017 dentro del patrimonio inmaterial del país, los productores de patatas belgas se preparan ahora para conseguir el reconocimiento por la Unesco como patrimonio cultural de Bélgica, un título que ya ostenta su cerveza, según contó a Efe el secretario general de Belgapom, Romain Cools. "Más allá del origen de las patatas fritas belgas, estamos orgullosos del aspecto cultural de su consumo, que es único y belga", valoró Cools.