Hayat Traspas, (Somalia, 1989), cofundadora, junto a su madre, de la ONG “Save a girl, save a generation”, que lucha contra la mutilación genital femenina, sube las escaleras del Palacio de Santa Cruz hasta el despacho en el que se alojan las oficinas del Museo de Arte Africano Arellano Alonso, que la ha traído hasta Valladolid pocos días después del 25 de noviembre, para hablar de la mutilación genital femenina, y casi escucho a Amy Winehouse cantando “Back to Black” en cada peldaño que sube.
Sonríe diciendo que no sabe tocar el piano cuando le pido que se siente, para la foto, en un rincón en el que hay un piano y motivos del continente en el que ella nació. Pero se sienta y posa para mí. Hayat es una mujer de poco más de treinta años, pero con una trayectoria personal que su serenidad al hablar puede no dejar adivinar.
Sobre su madre y la historia de su madre, y sobre la suya propia, de cuando llegó a España, hace algo más de veinte años, esta mujer, -la primera de su familia que no sufrió la ablación cuando era pequeña-, ha contado los detalles en alguna otra ocasión, y ahora me pregunto cuál es su visión de la evolución, o involución, de la lucha contra la violencia machista en los últimos tiempos.
Me siento con Hayat en una mesa de reuniones que nos deja Oliva. Saco la libreta, y, a pesar de que llevo preguntas preparadas, sé que Hayat desbaratará nuestra entrevista. Y así es. Ella no asume límites, ni yo se los voy a dibujar, porque desde que empecé a leer sobre ella para esta entrevista, supe que Hayat no viene del mundo en el que estamos hablando, aunque se ha adaptado a él con los años.
Hayat viene de otro, en el que las mujeres son, según el uso social, seres que nacen para casarse y tener hijos, y es difícil concienciar de lo contrario; un lugar, que son muchos en todo el mundo, en el que, aunque se proteste, casi nunca se consigue: Si te mutilan, asume; si te impiden decidir, asiente, y si tienes ganas de gritar, calla.
Pero Hayat, y su madre, y otras muchas mujeres, han emprendido el camino de conseguirlo.
PREGUNTA (P): ¿Qué significa Hayat? ¿Tiene traducción tu nombre al español?
RESPUESTA (R): Sí, es una palabra árabe y significa “vida”. Mi madre no sabía si yo iba a ser varón o no hasta que nací, y casi fallecimos las dos, porque mi madre había sufrido la infibulación, la práctica de mutilación más predominante en el Cuerno de África, que consiste no sólo en extirpar los genitales externos, sino, además, coserte y dejarte un pequeño orificio del tamaño de una cerilla, así que imagínate lo que es un parto. Estamos hablando de Somalia en el año 89. Nací dentro de un taxi frente al hospital, y la enfermera que vino a ayudar a mi madre y le salvó la vida se llamaba Hayat.
P: Algo llamativo es que pides que no se juzgue a las mujeres que someten a sus hijas a esto.
R: Es muy fácil. Quien permite que esto pase, convive en un contexto de patriarcado, donde el rol de una mujer es casarse y tener hijos. El casamiento es un pilar en su cultura y una de las condiciones para casarse es que esté mutilada, asegurar que es virgen. Ellas lo hacen para que su hija tenga opciones, para que no sea repudiada por la comunidad y pueda sobrevivir.
Para ellas es un acto de amor, piensan que es la mejor decisión, porque, aunque les provoque mucho dolor, intentan evitarles un dolor mayor. El problema no es quien practica o permite eso, sino el sistema que está detrás, que entiende que el valor de una mujer es lo que está entre sus piernas. Y la primera mutilación a la que se les somete es a no poder decidir sobre sus vidas, porque se decide por ellas cuando son pequeñas, incluso siendo bebés, y no descubren que son diferentes a otras niñas hasta que crecen.
P: ¿Cuál es la solución?
R: Si esto sucediera sólo en un país, en una religión, en una cultura, trabajaríamos sobre esa religión, ese país, o esa cultura, pero tenemos datos de su existencia en 93 países, sólo 28 de ellos en el continente africano, y en todas las clases sociales, no sólo en las desfavorecidas. Se practica en distintas etnias, distintas religiones, o incluso en comunidades ateas. En ocasiones, como rituales de paso a la edad adulta, como hacen los masai; en otras poblaciones, nómadas, para proteger a las niñas de la violación cuando se les enviaba a por agua. Imagínate. De forma absolutamente equivocada, en vez de educar contra la violación, se mutila a las niñas para evitarlo físicamente y evitar también el estigma que existe sobre una mujer violada. La manera de acabar con esto es la educación, la sensibilización, trabajar dentro de las comunidades.
P: Pero algo habrá que exigir a los poderes públicos.
R: Cuando hablaba del “sistema que está detrás” me refería a la presión social. Al sistema patriarcal. En Somalia no hay ley que lo prohíba, pero tampoco ley que obligue: la que obliga es la presión social. En Kenia está prohibido legalmente, pero existe la clandestinidad, y acaba siendo más peligroso aún, más riesgos de infección, de mortalidad. Lo que necesitamos son recursos para las mujeres, cobertura, protección, para que quienes no lo han sufrido no sean repudiadas y para que quienes tienen hijas decidan no hacerlo, sin miedo. Y sobre todo, diálogo, con las organizaciones que luchan contra este tipo de violencia de género, que son las que saben qué se debe y se puede hacer.
P: ¿Cómo has visto la evolución de la violencia de género en España en el tiempo que llevas aquí?
R: Se ha producido un gran avance. Cuando mi madre y yo llegamos a España, hace 21 años, no se hablaba de mutilación genital femenina, y ahora está en la agenda política. Ya se habla de todas las violencias que sufrimos las mujeres: no sólo la que sufrimos por parte de nuestra pareja o ex pareja, se habla del derecho al aborto, se habla de mutilación y de la revolución de las mujeres en Irán.
P: ¿No estamos ante una cierta involución con el avance del negacionismo, de quienes dicen que la violencia no tiene género?
R: Sólo tienen que escuchar a las mujeres. Aún hay muchísimo que avanzar. No hemos llegado a conseguir todos los derechos y ya estamos perdiendo alguno. Negar lo que es la realidad no tiene sentido. Cuanto más digan que no existe, más tenemos que hablar las mujeres de la violencia que hemos sufrido, o de la que sufren otras. No podemos permitirnos el lujo de parar. No hay pausa, no hay festivo, ni podemos dar un paso adelante y dos atrás. Pensamos que está todo hecho, pero no. Si no estamos explicando a las nuevas generaciones lo importante que es seguir luchando por los derechos, no van a entender que los derechos, por desgracia, se pierden.