Crítica de 'A Ghost Story', de David Lowery
 
Lo efímero de la vida, el vacío de no dejar huella, la losa de la muerte y el vértigo de la eternidad. El amor, la ternura, la pérdida, el olvido. El paso del tiempo, la melancolía. Son temas que aborda el director David Lowery en su nueva y cuarta película en solitario, la espléndida e insólita A Ghost Story,  que aunque esté teniendo un reducidísimo (y por ello, indignante) paso por cines, también se encuentra disponible en formato on demand en iTunes.
Es la historia de un fantasma, con sábana y todo (según ha contado el director, extrajo la idea de El viaje de Chirico, de Hayao Miyazaki), contada desde el punto del fantasma, C (Casey Affleck), desde sus enormes y tristes ojos negros. Está condenado a permanecer en la casa que compartía con M (Rooney Mara), que es (fue) su pareja en vida. C acaba viajando en el tiempo, al futuro y al pasado de su casa, donde habitan todos los fantasmas de ésta. Trasiegos que Lowery narra con elipsis muy bien construidas.
 
Una película en parte inspirada en la historia de Virginia Woolf Una casa embrujada, de 1921, y en una crisis existencial de su director. De corte fantástico, muchos la enmarcan en el post-horror al ser capaz de descoser los patrones del género, con un contenido muy experimental y enormemente abstracto, evocador, sensorial, de narración fundamentalmente visual. Y sencilla, por momentos hasta con un punto ingenuamente cómico, sobre todo por la desconcertante imagen de ese peculiar protagonista. Las imágenes se envuelven en un tenso mutismo combinado con la partitura de Daniel Hart, confiriéndole un gran sentido del ritmo.
 
Lowery nos entrega un potentísimo trabajo visual, de gran belleza, que rompe todos los convencionalismos del cine de hoy (quizá emparentado con Terrence Malick), abriéndose paso, nos sin riesgo y valentía, en un territorio cinematográfico propio. Al igual que una anterior cinta de Lowery, En lugar sin ley (2013), que también protagonizaron Mara y Affleck, es una historia del amor desgarrado y de la perturbación de la pérdida, de imaginar la vida de quien nos quiere sin nostros, y el misterio de los espacios que habitamos sin nosotros. Una punzante reflexión sobre el duelo y lo relativo de ciertas cuestiones a las que damos importancia. Sobre la vida frágil y demasiado coyuntural.