Dicen los especialistas en alimentar falsas ilusiones que el ser humano necesita 21 días para acostumbrarse a un nuevo hábito. Querría ver yo a Maxwell Maltz (1889-1975) -creador del patrón de las tres semanas y autor de Psycho-Cybernetics (Psico Cibernética: el secreto para mejorar y transformar su vida)- o a cualquier otro ‘coach’ de nueva hornada recién salido del posgrado de ICADE decirme que la mascarilla se volvió un cómodo accesorio pasado el primer arreón de la pandemia.

Los manuales de autoayuda me dirían que me sobra displicencia y me falta motivación para alejar los fantasmas internos y lograr la espiritualidad del mindfulness. O alguna gilipollez así. Yo, que soy igual de bien hablado que mis padres, voy a optar por cagarme en sus juicios de valor y decir que a 40 grados en la sombra no hay dios que aguante la tortura sudorosa de un surco en el arco de cupido.

Pero como esto no va de aguantar el pulso a los ofendiditos de Twitter -de quienes bien haría en aprender más para no renunciar a la victoria intelectual por incomparecencia técnica-, es preferible abandonar la columna vituperada y citar a algún experto: “No es necesario que la población use mascarillas. Su uso puede ser interesante en los pacientes con sintomatología. No tiene ningún sentido que la población esté preocupada por si tiene o no tiene mascarillas en casa”. El que habla es el doctor Simón. Para ser precisos, esto lo dijo en aquel mes de marzo fatídico en el que llegamos tarde, cualquier medida restrictiva sonaba a chiste de mal gusto y de qué vacuna me hablas si esto no es más que una gripe.

Tampoco está de más poner en blanco sobre negro la hipocresía que se desprende de aquellos gobiernos autonómicos que amparándose en una idea de libertad autoinfligida reclamaron hace más de un mes el fin de las mascarillas para, ahora, cuando Sánchez se decide, inmolarse frente a la hemeroteca y denunciar precipitación.

Consejeros preocupados repentinamente, quién sabe si por fundamentos de nueva creación como el síndrome de la cara vacía. Según ciertos psicólogos, este fenómeno se basa en el miedo que pueden sufrir algunas personas a mostrar de nuevo su rostro sin la protección otorgada por la mascarilla. Habría que ver si esta fobia posmoderna no viene de aquellos que pierden el miedo instantáneamente para poner morritos en la historia diaria de Instagram.

El neuropsicólogo clínico Vicent Mendoza se muestra firme en declaraciones a ElPlural.com: “El ‘’síndrome de la cara vacía’’ no es más que una etiqueta inventada por los mismos ‘’expertos’’ que en su día hablaron del ‘’síndrome de la cabaña’’ en confinamiento, o del ‘’TOC de amores’’. Pseudoexplicaciones reduccionistas que buscan el clickbait y siguen desprestigiando nuestra disciplina”.

Mendoza recuerda que “el ser humano es un ser social, y como tal, las interacciones sociales son la base de su funcionamiento vital”. “Con ello, también existe un fenómeno evolutivo, necesario y adaptativo que es la ansiedad social, que implica una experiencia humana común caracterizada por un intenso temor a la evaluación (negativa o positiva) por parte de los demás en situaciones sociales”, añade.

El neuropsicólogo entiende que el nerviosismo derivado de una actuación en público o una conversación importante es perfectamente normal, “pues consideramos la interacción social como algo crucial y deseamos causar una buena impresión en los demás”. “Ahora bien, dejando de lado las diferencias individuales, el nivel al que nos exponemos va a marcar, en parte, el nivel de ansiedad que sentimos, pues no será lo mismo una conversación por Whatsapp que una llamada telefónica, así como no será lo mismo una llamada telefónica que una conversación cara a cara. De la misma forma, el nivel de exposición será mayor sin mascarilla que con ella, al exponer, probablemente, la parte de la cara más importante para la expresión facial y detección de estados emocionales. A esto, como a (casi) todo, nos volveremos a acostumbrar con la exposición repetida”, sentencia.

En cualquier caso, temerosos y respiracionistas, la mascarilla ha dejado de ser obligatoria en exteriores siempre que se garantice la distancia interpersonal. Habrá que llevar una en el bolsillo para sacarla hecha un gurruño cuando entres a pedir a la barra, a comprar en las rebajas o a tu primer concierto pospandemia. Menos mal, opinamos algunos. Para el resto, el doctor Simón: “Que la mascarilla no sea obligatoria no implica que te la tengas que quitar obligatoriamente”.