Este año no cabe duda que vamos a vivir un 8 M histórico. Tanto o más histórico que los que nos precedieron y supusieron hitos en la difícil carrera de la igualdad entre mujeres y hombres. Por eso hemos de dar la talla, como siempre la hemos dado. Este año no saldremos en tromba a las calles. Ni falta que nos hace.

Es el momento de reivindicar a todas esas mujeres que lo merecen. Aunque en muchos casos sean invisibles. Las mujeres de la pandemia.

Hemos hecho homenajes, muy merecidos sin duda, a sanitarios, policías, docentes y todos esos trabajos sin los cuales no hubiéremos sobrevivido. Aunque de algunos no se acuerde nadie.

 Y, precisamente, esos trabajos invisibles son mayoritariamente ejercidos por mujeres. En muchos casos, además, en unas condiciones de precariedad laboral que harían sonrojarse a varias generaciones de sindicalistas. Y hoy me quiero acordar de algunas de ellas.

Las primeras en quienes pienso son las cuidadoras, sean profesionales o no. No es ningún secreto que esta función es asumida por mujeres en una mayoría arrolladora. Son mujeres quienes renuncian a todo por cuidar a sus mayores, o a sus hijos o hijas, sea en la infancia o durante toda la vida si hay una situación de discapacidad de por medio. Son, también, mujeres, quienes se encargan del cuidado de personas ancianas, con discapacidad o de niños y niñas en edad escolar a cambio de un sueldo, muchas veces tan magro que abochorna hasta decirlo en voz alta.

Son mujeres, también, en gran número, quienes se encargan de la limpieza y de las tareas domésticas. Y ello sea en su propia casa, con dedicación exclusiva o como horas extras al trabajo que realizan fuera de ella, o por cuenta ajena. Mujeres que hacen el trabajo que nadie quiere o puede hacer.

También son mujeres en su mayoría las cajeras de supermercado, esas que estaban al pie del cañón -o de la caja registradora- cuando el mundo se paró para que pudiéramos tener comida, bebida, y, como no, levadura y papel higiénico, los bienes más demandados en el confinamiento. Y lo son porque, aunque también hay hombres, es de esos casos en que no se usa el masculino genérico. El lenguaje es lo que tiene. Se habla de “cajeras” como se habla de “sirvientas” o de “modistillas”.

Hay, de otra parte, muchas profesiones donde la presencia femenina es inmensamente mayor que la masculina. Pasa en las profesiones sanitarias, pero, sobre todo, en la enfermería. También ocurre en la docencia, sobre todo si de edades muy tempranas se trata.

Luego están todas esas profesiones en las que las mujeres nos hemos abierto paso a codazos a pesar de que hasta finales de los 60 la ley no nos dejaba entrar. Policías, militares, bomberos. Cada vez vemos más, pero en algunos ámbitos todavía llama la atención ver un uniforme femenino, como ocurre con las bomberas.

Y, como la cabra siempre tira al monte y por no correr el riesgo de que mis compañeras me retiren la palabra, no me olvido de las profesiones jurídicas. La judicatura y la fiscalía no permitieron legalmente mujeres en sus filas hasta finales de los 60, y las pioneras lo fueron ya entrada la década de los 70. Hoy somos muchas más que hombres, pero solo en la base. El techo de cristal sigue ahí. Y, precisamente, quienes estamos en la base hemos estado a pie de obra en el confinamiento y fuera de él, aunque a la hora de vacunarnos nadie nos haya considerado esenciales. Ni a jueces y fiscales, ni a nadie de quienes sirven en juzgados de guardia, por cierto.

Por supuesto, nuestras compañeras abogadas también han estado ahí, y tampoco se han considerado esenciales. Y, como la mayoría de las mujeres, nos hemos llevado la peor parte del confinamiento, del teletrabajo y de las clases on line y los deberes de nuestros retoños. Y con el pantallismo y la virtualización de tantas actividades, corremos el riesgo de que eso se perpetúe.

 Soy consciente de que no están todas las que son, pero son todas las que están. Que me perdonen las que no nombro, pero que se encuentren incluidas en este homenaje a todas las mujeres de la pandemia.

 Y no bajemos la guardia. Cualquier excusa es buena para arrebatar derechos a las mujeres. Y la pandemia puede resultar una excusa magnífica.