La fogosidad irá hacia arriba con el galopante desempleo, con una reforma laboral inadmisible y con los nuevos ajustes que se produzcan. La cosa ha desembocado en una huelga general que puede tener continuación en movilizaciones constantes por la gravedad de las políticas del PP bajo el amparo del autoritarismo financiero y de Bruselas. No. No se debe sacar el hacha de guerra contra los ciudadanos.

Las agresiones a la clase trabajadora merecen una contundente respuesta. Tanto como la arrogancia del Ejecutivo y del clan inmovilista de los populares. El sendero de las reformas es “irreversible”, según Rajoy, porque está en juego la salida de la crisis. Salida a lomos de los trabajadores con la revolución conservadora en marcha y para que éstos no salgan nunca de ella.

Aun así, el invento no funciona. Si la gente tiene poco, ni se compra ni se vende o el juego queda muy diezmado. De esta manera es inviable el crecimiento económico y no es posible crear puestos de trabajo. Y mucho menos un empleo mínimamente digno.

Este hombre, presidente del Gobierno por ahora, afirma que “igual de constitucional es el derecho de huelga como el derecho al trabajo” en un país donde la Constitución sólo es un ejemplar escrito. El paro crece cada día y sólo se podrá crear, en algún momento y dadas las circunstancias actuales, empleo en pequeñas dosis, de mala consistencia, con bajos salarios y sin derechos.

O negociaciones antes del Primero de Mayo, Día del Trabajo, o “conflicto social creciente”. Rajoy elige. Naturalmente, los Presupuestos Generales del Estado ahondan en estos problemas. O sea, que el malestar y las diferencias sociales seguirán su curso si la fuerza de la clase trabajadora no lo evita. Los sindicatos continuarán al pie del cañón. No. No conviene criminalizar a las centrales sindicales. ¿Qué sería de los trabajadores si éstas no estuvieran ahí? Peor todavía.

Varias son las cabezas que atacan a los ciudadanos por todos los frentes. En perjuicio, además, de una democracia anémica a día de hoy. El chorro de las ganancias de unos cuantos fluye a costa de la sequía de los demás y de los sacrificios ajenos. Si usted aprueba la injusta gestión de la crisis, no apoye ninguna huelga ni protestas de ningún tipo.

Si quiere dar aliento a los abusos en serie y al desguace de los servicios públicos, no mueva el trasero. Si no está a favor de alternativas que contrarresten los derechazos al mentón de la clase trabajadora, no diga nada, ponga las dos mejillas para recibir más mamporros y aplauda a todos los responsables de esta regresión.

Si usted pretende que la crisis organizada y los recortes sociales le asfixien y oscurezcan totalmente el futuro de la población y de sus hijos, no grite y siga en el sofá roncando. Si le parece bien que la infumable reforma laboral genere más paro, le ponga la soga al cuello, fabrique nuevas modalidades de contratos basura o brotes oscuros, mire las nubes y no se dé por aludido.

Si le gusta que puedan despedirle fácilmente, mueva el rabo y sea sumiso ante los atropellos. Ovacione las medidas contra sus más elementales intereses en aras de la supuesta creación de empleo de calidad. Asuma que le anulen, incluso en el derecho de huelga, continúe dormido en los laureles y resígnese a ciertas coacciones empresariales.

Si está parado y quiere seguir estándolo, no se movilice jamás y agache las orejas. Déjese atracar por las políticas que favorecen sólo a los de siempre. No crea en la transformación social, en las buenas condiciones laborales y en otro modelo productivo que mire adelante con perspectivas. Crea usted en una mayor recesión, en los serios envites que ponen contra las cuerdas a los trabajadores, y permita que se rían de nosotros los profesionales de la caradura con su bélica e intransigente actitud.

¡Ah! Y no lea nunca el libro La huelga general, uno de los textos más comprometidos de Jack London (1876-1916), donde la clase obrera, harta de ser explotada, demuestra a los millonarios que no son ellos quienes crean riqueza, sino los currantes, ya que sin éstos la sociedad sería insostenible.

Una historia actual y un ejemplo para los adormecidos. El miedo de unos es un medio del que otros se sirven. No es que servidor confíe mucho, como le pasó luego a London, en la posibilidad de redención del género humano. Pero se debe continuar alerta y no hay que rendirse ante esta insultante situación.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos