Los fieles, o incluso los infieles, debemos hacer piña en torno a nuestros santos patrones con absoluta hermandad. Tenemos que rendirnos y adorar al Santísimo Sacramento de los ajustes, que sólo benefician a quienes los imponen en aras del interés colectivo.

El órgano de Gobierno lo encabeza nuestro gran hermano mayor. Rajoy presidente. Los costaleros besan el libro de reglas y el evangelio del ultraliberalismo más soez. Juran fidelidad infinita, con la plena condición de lacayos, a los principios fundamentales de este movimiento para salir de la crisis mucho peor que cuando entramos en ella.

La teniente Sáenz de Santamaría controla la administración, el culto a los recortes y las sagradas reformas. Los nazarenos populares, revestidos con el hábito procesional y un capirote, ruegan a los divinos mercados y a las autoridades económicas y ecuménicas.

La liturgia cirial y el incienso llevan las lúgubres notas musicales del grupo de cornetas y tambores de la siniestra cofradía. Y los alegres ciudadanos portan las andas sobre su cerviz u hombros con resignación cristiana ante las cerriles decisiones de los catequistas del capital puro y duro.

El sentido común de nuestro gran hermano mayor es compatible con reducir el déficit y seguir aplicando recortes de forma contundente. Los planes dibujados son inalterables. Se ponga la calle como le dé la gana. Con o sin huelga general. ¡A por los seis millones de parados! Medidas valientes que tendrán continuidad en los próximos presupuestos.

Asfixiar a la población y condenarla al más rotundo de los fracasos no es un capricho de Rajoy, sino una necesidad. Por supuesto. Muchos españoles lo entienden. El ejercicio de la responsabilidad, la credibilidad, la seriedad y la solvencia obligan precisamente a eso. Algunos trabajarán algún día. En condiciones ínfimas y sin rechistar. Los compromisos pactados con Europa mandan.

Alfredo Pérez Rubalcaba tiene una alternativa a la reforma laboral de la cofradía del PP. La moderación salarial que hace semanas acordaron sindicatos y empresarios, muchas propuestas para la creación de puestos de trabajo, según el programa electoral socialista, y dialogo social como ingrediente imprescindible de progreso.

CCOO y UGT remiten sus enmiendas a Rajoy y aspiran a que se corrijan los aspectos más lesivos de esa norma en función del I Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva, firmado con CEOE y CEPYME el 25 de enero, y del más de un millón de firmas por el empleo estable presentadas en el Parlamento.

Ni el PSOE ni las centrales sindicales conforman la panacea. Pero también es cierto que la nueva reforma es un tsunami que lo arrasa todo, incluida la posibilidad de consenso, y arruina a la clase trabajadora empujándola a la confrontación permanente.

En Izquierda Unida lo tienen clarito al calificar la reforma del mercado de trabajo como un arma de destrucción masiva, lo que supone una involución democrática que necesita respuesta en la calle, en las redes sociales y en las urnas.

La cofradía mariana suspende las primas a las energías renovables, da 100.000 millones de euros a los bancos para su reestructuración… La limitación de los sueldos de los banqueros y de los cargos públicos pretende reducir el impacto de todas las medidas infumables contra el personal. La hoja de ruta de Rajoy sigue. Quiere continuar esta demoledora regresión con su vara de oro.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos