Están los escépticos: esto no va a ninguna parte. El ministerio del orden, tan invocado por los acomodados en una democracia lejana, intangible, que cumple años sólo cada cuatro años. Ministerio del orden: cascos galácticos, botas altas. Dice Aguirre: Rubalcaba se ha olvidado de su juramento de cumplir y hacer cumplir la ley. ¿Qué ley es esa? La ley es siempre mutable. De lo contrario se convierte en sujetador que impide el amor de par en par. ¿Deben integrarse en esta democracia? Deben recrearla, cambiarla, inyectarle vida nueva para que todos nos sintamos responsables de nuestro destino.

Aguirre ha destacado que el comportamiento de estos indignados “es el mismo que han tenido a lo largo de la historia todos los precursores de los movimientos totalitarios: empiezan con gritos contra los políticos, siguen expresando su desprecio a la democracia, y acaban afirmando que, como han conquistado la calle, ellos son los auténticos representantes del pueblo” Han repetido que ellos no quieren representar a nadie, pero la esperanza madrileña andaba entre rosquillas por San Antonio de la Florida.

Siguen los políticos sin entender nada. Puede haber gestos no aceptables. Pero quedarse sólo en eso es no ahondar en la democracia como un quehacer común, sin exclusiones. Los políticos no son los sumos sacerdotes de la política. Deben ejecutar lo que el pueblo les manda en cada momento. La ruptura entre los elegidos y los electores lleva a la instauración de una casta política ajena y distante de lo que debe ser la democracia.

“Dormíamos, pero despertamos” dice una placa para el recuerdo en Sol. Un pueblo dormido es el objetivo primero de las dictaduras. Un pueblo vivo no puede ser fácilmente sometido. Y deberíamos sentir el gozo del despertar porque un nuevo día es siempre el asombro de existir. Insultar ese despertar es ofender a todos los que quieren implicarse en la resurrección de un país.

“No nos vamos. Nos mudamos a tu conciencia” Necesitamos conciencias acogedoras. Tenemos que hacerle sitio a estas aspiraciones. Urge poblarnos el alma de Puertas del Sol interiores. Para que sientan el eco de la voz que nunca se llevó el viento, que siempre estuvo rehaciéndonos por dentro.

Los políticos no son dueños del poder de la comunidad, sólo depositarios. Es el pueblo el que reparte quehaceres, el que ostenta la legalidad y la administra con estos elegidos o con otros.

Esta sublevación democrática no es algo pasajero, atribuible a una juventud arisca y falsamente revolucionaria. No les pidamos ideologías ni programas ni soluciones. No les pidamos más de lo que pedimos a nuestros políticos fracasados por una y otra parte. ¿Buscan el bien de este país tanto la derecha como la izquierda cuando son elegidos? ¿O más bien el reparto de poder que conlleva el voto? La zanja entre la moqueta y el adoquín parece insalvable. Pero que nadie lo olvide: el poder decisorio está en la plaza abierta del asfalto.

Rafael Fernando Navarro es filósofo