Pérez Rubalcaba, por tanto, lo tiene muy crudo. Rodríguez Zapatero se empeña en que el PSOE debe perder las próximas elecciones por goleada nuevamente. Va a conseguirlo a pulso. No por los méritos del PP ni de Rajoy en particular, sino por los deméritos constantes de sus acciones e inacciones.

El ahora candidato socialista ha sido pieza destacada hasta hace poco de un Gobierno deprimido y decadente. Pero hoy, lejos de contribuir Zapatero a que Rubalcaba sume puntos, la derrota coge más vigor cada día y sólo se puede aspirar a un fracaso lo menos amargo posible. Éste y no otro es el paisaje que está a la vuelta de la esquina.

Ni en lo que queda de legislatura ni en la siguiente, claro, se aumentarán los impuestos a los ricos. Y no es que eso lo arregle todo. Debe ser pecado subir la presión fiscal a las rentas más altas o recuperar el impuesto para los grandes patrimonios. Los amos de la vida ajena no pueden permitirlo y “crecería” más aún el desempleo.

Lo sensato es que los sacrificios y las austeridades afecten, como marcan los cánones, a los siervos de esta burla grotesca. Ni hay otro objetivo que no sea el de la precariedad laboral. Así que la recuperación económica y el empleo no van a verse beneficiados.

La pérdida de los mínimos derechos laborales sigue su curso y va a seguir en aumento si la derecha extrema del PP conquista La Moncloa. La inestabilidad y las incertidumbres que padecen los ciudadanos no tienen freno ni lo van a tener. Las perspectivas de futuro, con las dificultades que conllevan, alcanzan el simple grosor de un papel de fumar.

El fraude es legítimo y la tendencia es que prospere con cada nueva orden. Los abusos y la servidumbre crecen y no dejarán de hacerlo. Las prestaciones, los gastos sociales y los servicios públicos irán reduciéndose a la mínima expresión, y las posibles medidas drásticas nos colocarán al borde del abismo para supuestamente abandonar una crisis que afecta por encima de todo a la ciudadanía. Débil ya de por sí en cualquier caso.

La Administración española ha lanzado la casa por la ventana y pretende gastar menos. Vale. Pero lo que se busca es que las personas encajen mejor los pildorazos que nos regalan. Las prebendas y los derroches no dejarán de latir en mayor o menor medida.

¿Con qué grado de convicción de cara a la ciudadanía puede decir Rubalcaba que pone en el objetivo a la banca y a los ricos para incentivar los primeros empleos? Los últimos desaciertos del Gobierno le hacen un flaco favor a sus intereses electorales del 20-N.

La precipitada y sorpresiva reforma constitucional, entre el PSOE y el PP, sin someterla a referéndum y que limita el déficit público, contribuye, en un clima lo suficientemente caldeado, a este desconcierto y a las movilizaciones contra ella. Incapaces de alcanzar otros acuerdos, ambos grupos se unen para que el intervencionismo de los mercados no decaiga en las cuestiones económicas, sociales y laborales.

El dinero de todos no es nuestro en esta democracia aparente que se diluye a pasos agigantados. Ya lo ven. La tan cacareada dificultad para modificar la Constitución no es así cuando el interés de las fuerzas externas y de los mandamases lo demanda.

Si embargo, los cambios constitucionales requeridos por la gente de a pie, en pro de un sistema democrático más sólido, real, transparente y participativo, siempre cayeron en saco roto. Las conclusiones están ahí. El Ejecutivo pone la alfombra azul a un tal Rajoy, se clava más la puntilla y tira piedras contra el tejado del colega Alfredo con la triste complicidad de Rubalcaba.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos