Hagamos por un momento un ejercicio de reflexión. Cerrad los ojos, imaginad que estáis en el despacho oval de la Casa Blanca. La jornada transcurre con tranquilidad en el ala oeste de la gran residencia del presidente de los Estados Unidos. Os encontráis sentados frente al escritorio Resolute, dándole vueltas en vuestra cabeza al ya frustrante debate presupuestario que todos los años aflora y a cómo gestionaréis la política interior del país.

“Ningún hijo de Dios debería sufrir jamás tanto horror”, volvéis a pensar. No podéis quitaros esa frase de la cabeza y, sin embargo, tomáis la decisión de atacar Afganistán una semana después de haberla pronunciado. Otra vez la misma piedra. Otra vez una mala decisión que alimenta aún más al enemigo en la guerra contra el miedo.

 De Obama a Trump

Durante la campaña, Donald Trump se refirió a su predecesor en el cargo como un “líder débil” en materia antiterrorista, obviando por completo el hecho de los ataques aéreos sobre suelo iraquí y sirio durante los últimos meses de la administración de Obama. ¿Cuál era entonces el plan del candidato republicano para acabar con esa ‘supuesta’ debilidad? Lo estableció forma bastante clara en un mitin que dio en 2015: bomb the shit of ISIS (bombardear la mierda del ISIS)”.

Por unas o por otras, Trump ha sido heredero directo de la prerrogativa que lleva mandando en Estados Unidos desde hace dieciséis años: bombardear cualquier país sospechoso de albergar terroristas internacionales y que puedan altercar contra la estabilidad de América.

Las últimas acciones de la coalición a las que Estados Unidos ha dado luz verde se han saldado con aproximadamente 200 bajas colaterales en ataques aéreos sobre Mosul, lo que la convierte en la más sangrienta desde los primeros meses de la guerra -allá por 2003-. Ni mucho menos es un hecho aislado, sino uno de los últimos ejemplos de estrategia agresiva que se inauguró con la infausta masacre de enero en Yemen.

Hechos más recientes

Desde estas acciones, las últimas semanas han estado sacudidas por dos hechos que han puesto en alerta al mundo.  Primero, el bombardeo a Siria; segundo, el lanzamiento de su mayor bomba no nuclear sobre Afganistán.

No existe justificación militar para este baño de sangre que se está dando sobre cualquier región de Oriente que pueda suponer el más mínimo peligro. Son precisamente estas atrocidades el combustible que grupos como ISIS necesitan para seguir manteniendo viva su idea de cruzada contra Occidente.

Si Estados Unidos continúa aniquilando civiles inocentes no hará más que seguir agitando un avispero al que se le ha golpeando demasiados años con un palo que lleva el sello de ‘marca América’. En tiempos convulsos, lo último que necesitaba la crisis con Oriente era a un bárbaro como Donald Trump.