Con el 8M en puertas, hemos de reivindicar una agenda feminista adaptada a nuestros tiempos. Tiempos convulsos en los que la perspectiva internacionalista es la base para encontrar respuestas a los principales retos que afrontamos.

La lucha feminista –con tres siglos de historia– marca el camino para transformar nuestras sociedades y hacerlas más justas e igualitarias, con una hoja de ruta basada en el respeto a los derechos y las libertades que pone en el centro la dignidad humana. Por ello, es de vital importancia ante la devastación que conllevan las crisis humanitarias; porque si la desigualdad sigue siendo uno de esos grandes retos sin resolver de nuestros días, esa vulnerabilidad en mujeres y niñas se agrava exponencialmente en contextos de crisis y violencia.

La conmoción con la que vivimos recientemente el resurgimiento del régimen talibán en Afganistán dirigió nuestras miradas hacia barbarie que soportan las mujeres y las niñas en un mundo en el que el machismo es un mal sistémico, que se ceba en las situaciones más adversas.

Históricamente, las mujeres y las niñas han sido objeto de graves violaciones del derecho internacional humanitario en los diversos conflictos armados o sociales que se suceden a lo largo de los siglos por todo el planeta, con elementos comunes ligados al debilitamiento de los sistemas democráticos. Elementos comunes que se repiten en los sistemas patriarcales para los que el feminismo es el mejor antídoto por su profundo valor democrático, y es que la intolerancia se combate con democracia.

Mujeres convertidas en esclavas sexuales al servicio del ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial, mujeres alemanas víctimas de todo tipo ataques por parte del ejército soviético, violencia sexual contra las mujeres como instrumento para la limpieza étnica en la guerra de Bosnia, Congo, Líbano, Egipto, Myanmar, Colombia, Siria, o las vejaciones hacia las mujeres españolas en la Guerra Civil, entre otras, son ejemplos cercanos y escenarios que nos deben hacer temblar ante una realidad de incontables casos de violencia y humillación en batallas libradas también con nuestros cuerpos.

La Declaración y Plataforma de Acción de Beijing nos dice que la paz está indisolublemente unida a la igualdad entre las mujeres y los hombres. Con sociedades que consoliden el valor de la igualdad real, la violencia contra las mujeres en los conflictos o situaciones de crisis dejaría de ser un arma más. Seamos conscientes de que no son casos de violencia aislados, sino que forman parte de una problemática estructural: sociedades misóginas.

Y nuevamente, estos tiempos convulsos conmocionan al mundo con la barbarie y la sinrazón de la agresión del gobierno de Putin a Ucrania. Nuevamente mujeres ante la guerra como milicianas expuestas a una violencia que va más allá de la batalla. Mujeres, que también son protagonistas de un postconflicto y reconstrucción que cae de manera extraordinaria sobre sus espaldas.

Con el 8M en puertas pensemos en todas ellas, hagámoslas protagonistas de nuestra agenda feminista, reivindiquémonos con mirada global. Nuestra lucha es la lucha por un mundo más justo en el que la sororidad no tiene fronteras.