Hace ya más de un mes y medio desde que se celebraron las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Más de 40 días después el resultado ya es oficial. Joe Biden será el 46º presidente. Los análisis más reposados sobre su victoria ahora es que ven la luz, y hay una pregunta que requiere de una reflexión pausada: ¿Por qué las zonas rurales votaron por Donald Trump?

Si buceamos al detalle del mapa electoral, la tónica es clara: las zonas rurales y/o más despobladas optaron por el candidato republicano. Los demócratas ganaron en las grandes ciudades. Esta particularidad se da incluso en los estados que se decantaron por Biden. A priori, las zonas más rurales están pobladas por gente con menos recursos y otras necesidades, por lo que pudiera parecer incongruente dadas las propuestas en materia económica y social de Trump. Existen muchas explicaciones al respecto, y todas ellas configuran un complejo icosaedro racional que es el que determina el comportamiento electoral. No obstante, en el libro La seducción de la extrema derecha se explica en qué momento y por qué las zonas rurales y con menos recursos comenzaron a votar por los republicanos.

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A continuación, un adelanto de una de las páginas del libro de Adrián Lardiez en la que se trata este fenómeno:

Hay un ejemplo esclarecedor que muestra de manera nítida cómo operan los significantes flotantes y, además, ayuda a entender el contexto histórico que ha heredado Donald Trump. Laclau recoge en La razón populista (2015) una interpretación del campo de batalla electoral de Estados Unidos en torno a la década de 1960 que realiza Kevin Phillips, uno de los directores de campaña de Richard Nixon en los comicios presidenciales de 1968. Según su interpretación, hasta 1960 las dicotomías y conflictos étnicos, raciales y regionales ocuparon la centralidad de las demandas de los estadounidenses, de tal manera que, tal y como afirma Michael Kazin en The populist persuasion. An American History, “cuando un partido se ubicaba convincentemente del lado de las masas culturalmente dominantes de trabajadores y en contra del adinerado establishment del Nordeste, generalmente obtenía el dominio nacional por una generación o más” (como se citó en Laclau, 2015). Según Phillips, los demócratas habían abandonado “la causa del ‘hombre humilde’” (Laclau, 2015, p.168) y se orientaron hacia los liberales, los negros y los latinos. La máxima del New Deal de “los impuestos a unos pocos en beneficio de la mayoría” (Laclau, 2015, p.168) había sido abandonada en pos de programas que incluían impuestos a la mayoría en beneficio de unos pocos.

La respuesta de los hombres blancos que recibieron el calificativo de “hombre humilde”, por entonces, la mayoría situados en la zona geográfica del Cinturón del Sol (Arizona, California, Nevada, Florida, Nuevo México, Texas, Georgia y Carolina del Sur), así como los católicos del norte y del centro-oeste, fue acercarse a los republicanos. Este es un ejemplo de cómo la cadena populista le estaba siendo arrebatada a los demócratas del New Deal por una derecha conservadora.

Con el tiempo, estos significantes flotantes se fueron hegemonizando, dando lugar a un campo de cultivo populista listo para ser recogido por la derecha. El primer punto de inflexión se puede hallar en la década de 1950, durante las campañas anticomunistas. Estas, según Kazin, rápidamente se vincularon con un temor del conservadurismo estadounidense al auge de la concentración del poder en manos de las élites liberales del nordeste: “Por primera vez en la historia de Estados Unidos, un gran número de activistas y políticos estaban utilizando un vocabulario populista para oponerse a la reforma social en lugar de apoyarla” (como se citó en Laclau, 2015). Y es que, la retroalimentación entre las cruzadas anticomunistas y el incipiente temor al control concentrado en una oligarquía liberal dio lugar a un cambio discursivo: los “trabajadores” como pueblo perdieron centralidad, ganando el núcleo el “hombre trabajador”, un “tipo común”, el “ciudadano medio”. En otras palabras, del “Joe obrero” se pasó al “Joe medio”. “Se estaba construyendo un nuevo régimen de equivalencias” (Laclau, 2015, p.167). 

Las campañas de George Wallace suponen el segundo punto de inflexión que permitió el establecimiento de una cadena equivalencial que, a la postre, sería recogida por la derecha. En la década de los años 60, el Joe medio se encontraba inmerso en una profunda crisis de representación. Los blancos medios se sentían oprimidos por la élite liberal del nordeste y varios grupos minoritarios como la incipiente izquierda, los defensores de los derechos civiles o los negros. La izquierda no supo ni entender ni canalizar la indignación del americano promedio, y los sindicatos mantenían una relación de dependencia para con el establishment por las ayudas que recibían. De esta manera, el Joe medio ya estaba en barbecho, a la espera de ser recogido por un discurso populista que articulara sus demandas. Y llegó George Wallace, gobernador de Alabama que, a pesar de que nunca estuvo ni siquiera cerca ganar unas elecciones presidenciales, contribuyó enormemente a la articulación de un populismo estadounidense de derechas. Con un argumentario racista (célebre es su frase de “segregation now, segregation tomorrow and segregation forever”) consiguió seducir al hombre blanco medio que, sin ser racista (no era necesario), sentía como se colmaba de privilegios a la oligarquía liberal y a grupos minoritarios. Este testigo fue recogido por Richard Nixon y Ronald Reagan

El 20 de julio de 2016, Donald Trump ganó de manera oficial la nominación a candidato presidencial del Partido Republicano. Desde ese día, enarboló un discurso cuya centralidad era ocupada por el ciudadano americano medio, el Joe medio, aprovechándose así de la cadena equivalencial populista que lleva gestándose desde los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. George Wallace preparó el terreno y Trump, mediante un discurso de tintes marcadamente populistas, consiguió ganar las presidenciales de noviembre de 2016.

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